Mónica
García Rubio
Universidad
de Valladolid
Presentación
Los fenómenos ligados a la globalización
económica y cultural, las migraciones a gran escala, el multiculturalismo y el
renovado énfasis con el que se proponen los problemas de la identidad colectiva
han obligado a revisar la noción de ciudadanía. Esta revisión es en realidad
una ampliación cuyo foco de atención se dirige hacia temas que tienen que ver
directamente con la identidad y la pertenencia.
En el plano teórico, el asunto enfrenta a
tres planteamientos bien diferenciados: uno, liberal, que da prioridad a los
derechos y libertades individuales; otro, republicano, que aboga por la participación
política más activa posible; y el comunitarista, de cuyos postulados nos vamos
a ocupar en el presente trabajo.
Modelos de ciudadanía
En el debate filosófico político actual han
aparecido diversos modelos de ciudadanía.
Destacan los que ya hemos mencionado, a
continuación hacemos una glosa de cada uno de ellos:
Republicanismo
Es la propuesta más antigua. Se fundamenta en
la concepción del hombre como
ciudadano, como alguien que se entiende a sí
mismo en relación con la ciudad, porque considera que la garantía de su
libertad estriba en el compromiso con las instituciones republicanas y en el cumplimiento
de sus deberes para con la comunidad.
Se opone al individualismo liberal, así como
a la visión instrumental de la ciudadanía y de la participación política.
Coincide con el comunitarismo en la prioridad de lo común, pero sin aceptar la
subordinación a la comunidad patria ni requerir la homogeneidad y la visión
unitaria de la sociedad.
Sostiene Jean Bodin (1973, Libro I, Cap. I)
en su obra Los seis libros de la República:
“República es un recto gobierno de varias familias, y de lo que
les es común,
con poder soberano. Los antiguos llamaban república a una sociedad
de
hombres reunidos para vivir bien y felizmente. Dicha definición,
sin
embargo, contiene más y menos de lo necesario. Faltan en ella sus
tres
elementos principales, es decir, la familia, la soberanía y lo que
es común en
una república. Además la palabra felizmente, como ellos la
entendían, no es
necesaria”.
El republicanismo ofrece elementos de lucha
para restituir la idea de ciudadanía, por su llamada de atención sobre lo
público, la necesidad de la participación y el vínculo entre libertad y
disposición cívica.
Entre las obras que en los últimos años han
sido publicadas acerca del republicanismo destacan, por su competencia teórica
y la relevancia de sus planteamientos, los trabajos de Philip Pettit,
culminados en su libro Republicanism.
En este trabajo proporciona una sugestiva visión de la libertad política
republicana y logra el propósito de redefinir el origen, la evolución y la
actualidad de esta tradición. El primer objetivo de este autor no consiste en
la reconstrucción histórica del paradigma republicano moderno, sino en el estudio
teórico de sus fundamentos y de su núcleo normativo.
Pettit define el republicanismo desde la
teoría de la libertad como no-dominación
(liberty as
non-domination), es decir, lo entiende como ausencia de
poder rbitrario, sea éste actual o potencial. En este sentido, su
interpretación no recae tanto en las cuestiones de ausencia de interferencia y
de autonomía personal, como en la dominación, directamente relacionada con la
clásica dicotomía liber (civis)/servus,
que hace evidente la insuficiencia de la dicotomía liberal liberty/constrains,
y que permite un replanteamiento desde un punto de vista republicano de las
formas de poder y de dependencia de conceptos indispensables (como ley y
derecho), de las instituciones, de las políticas públicas y de la virtud
cívica.
Pettit pretende convertir el ideal de la libertad
como no-dominación en
el valor político supremo que permita fundamentar y justificar la acción
pública. Aspira, por tanto, a convertirlo en criterio de actuación de nuevas
políticas modernas que sean integradoras y universalistas.
Liberalismo
Constituye la visión hegemónica de la
política y de la ciudadanía en las sociedades actuales. Su propuesta otorga
primacía al individuo y sus derechos particulares frente a toda entidad
colectiva. Uno de los retos esenciales del liberalismo es hacer factible la defensa
y preeminencia de los derechos individuales y, al mismo tiempo, el compromiso
cívico y el bien común.
El sujeto liberal concibe la política como un
instrumento para facilitar la consecución de sus intereses personales. Demanda
un ámbito de libertad negativa, donde el Estado garantice la coexistencia y la
protección de los derechos. Establece límites a ese mismo Estado para evitar
una excesiva expansión del poder político. Hay, en consecuencia, una actitud
recelosa hacia la política. El espacio privado cobra todo el protagonismo y, en
ese contexto, el proceso democrático aparece como un compromiso estratégico de intereses
y la participación política es instrumental.
Sin duda, no todos los liberales tienen la
misma visión de la ciudadanía. La división más clara se encuentra entre el
enfoque libertario de Nozick (1988), que ven al Estado como una agencia de
protección de los derechos de la propiedad, y el liberalismo político de Rawls
(1979), más centrado en la virtud cívica y el consenso —siempre desde el pragmatismo.
Por su parte, Dworkin (1993) representa una vía en la que es posible la continuidad
entre valores éticos y principios políticos.
Comunitarismo
Se centra en señalar los efectos negativos de
las sociedades modernas liberales:
atomismo, desintegración social, quiebra del
espíritu público, pérdida de los valores comunitarios, desarraigo de los
individuos respecto a sus tradiciones…
Para los comunitaristas, la vida de las
personas no puede entenderse al margen de su comunidad, cultura y tradiciones.
La primacía del bien común es la base de las reglas y procedimientos políticos
y jurídicos. El sujeto político ante todo pertenece a una comunidad. Una
comunidad de memoria y creencias que le precede y a la que debe lealtad y
compromiso. Como consecuencia, el bien comunitario se encuentra por encima de
los derechos individuales.
Desde el comunitarismo, hay un rechazo
explícito de la neutralidad ética estatal. El
Estado debe promocionar una política
del bien común, adecuada a la forma de vida de la comunidad.
La vida comunitaria es precisamente el
espacio para la autorrealización individual.
Así lo expresa la tradición cívico-humanista
liderada por Charles Taylor. El pensamiento de este autor entiende la
ciudadanía desde la identidad con la comunidad, y sólo bajo ese esquema de
valores compartidos se hace posible la participación.
Las sociedades actuales, sin embargo, están
compuestas por una pluralidad que escapa a la idea de una comunidad homogénea.
Esbozo del comunitarismo
Después de ver los rasgos más significativos
de los distintos modelos de ciudadanía, ahora vamos a detenernos en el
comunistarista. El término comunitarismo alude
al conjunto de doctrinas de filosofía política y teorías morales
contemporáneas, casi todas de origen norteamericano, defendidas por autores
como Sandel, Taylor, MacIntyre o Walzer, que rechazan los postulados liberales,
tanto kantianos como utilitaristas, sobre el concepto de individuo y
racionalidad.
El comunitarismo incide en la pertenencia
social del individuo, en los estrechos lazos entre moralidad y las costumbres
de la sociedad y en la relación entre las virtudes del bien humano y una
tendencia teleológica de la naturaleza humana, reflejada en ciertas normas. En
ese sentido la identidad de los individuos es previa a los fines e intereses que
estos eligen, anteriores a todo compromiso.
Los teóricos del comunitarismo defienden:
o la naturaleza
esencialmente política del ser humano (identificación del
individuo como ciudadano), y o la
importancia de la comunidad y de las tradiciones en el proceso de desarrollo de
la condición personal del sujeto.
A su vez rechazan:
o los presupuestos de
la filosofía y las teorías éticas de pensadores liberales, como Rawls o
Dworkin.
En términos más concretos y como clasificación,
puede distinguirse entre lo que
constituye un comunitarismo más académico
(MacIntyre, Sandel, Walzer y Taylor) y una serie de movimientos políticos
autodenominados como comunitarismo sociológico,
en el cual destaca Amitai Etzioni.
Dentro de este grupo amplio académico,
coexisten dos corrientes:
Comunitarismo
orgánico: Hace referencia a un comunitarismo en
sentido fuerte,
que reivindica un cierto modelo de comunidad
sustraído a la historia, olvidado
en las actuales sociedades liberales. Aquí
sobresalen autores como MacIntyre y
Sandel.
Comunitarismo
estructural: Alude a un comunitarismo más relativo que,
en
principio, no reivindica la presencia —dentro
del marco político, moral y
jurídico— de algunos elementos básicos que
habrían sido censurados, entre los
que ocuparían un lugar central la comunidad y
la cultura tradicional. Los autores
canónicos son Walzer y Taylor.
A pesar de esta distinción, esquemática y
orientada a lograr un efecto explicativo, el núcleo del pensamiento
comunitarista es común. Su eje fundamental es la crítica al liberalismo. Más
exactamente, dicha crítica se refiere en especial al liberalismo igualitarista
representado por John Rawls.
Principios filosóficos del comunitarismo
Siguiendo a Fernando Barcena (1997: 128 y
ss.), los cuatro principios filosóficos del comunitarismo cívico son los
siguientes:
1. El individuo es un
ser esencialmente social. Es constitutivo de su propia
identidad como individuo el establecimiento
de un conjunto de lazos sociales,
compromisos y roles comunes.
2. El bien es previo a
la justicia. El tipo de relaciones sociales y
participación
comunitaria tienen que ser valoradas como
buenas por sí mismas. Ello ha de
determinar cómo deben vivir las personas.
3. No se puede
alcanzar un conocimiento del bien humano de un modo
espontáneo y no puede aprenderse solamente
por medio de una introspección
solitaria o filosóficamente abstracta. Para
saber cómo debemos vivir y cómo
deben ser organizadas las comunidades debemos
ser educados en las virtudes
cívicas y servir como aprendices en una
comunidad heredera de una tradición
moral que tiene que ayudarnos a formar
nuestro carácter.
4. El conocimiento de
la organización de la sociedad depende de una visión
integral del bien de la comunidad. Puesto
que el pluralismo de la sociedad
moderna impide lograr una comunidad cívica
con tradiciones propias y un
ethos común, el ciudadano debe concentrarse
en el aprendizaje y ejercicio de
ciertas virtudes públicas en comunidades
locales y grupos pequeños que
intencionalmente producen una participación
real y continuada.
Comunitarismo y el bien común
Realizamos este epígrafe siguiendo a Kymlicka
(1995). Para empezar, hay que recordar que los comunitaristas están en
desacuerdo con la idea del estado neutral. Su argumento fuerte se basa en la
necesidad de una política del bien común.
En rigor, existe un bien
común también en las teorías políticas liberales,
dado que
cualquier teoría política tiene como
propósito promover los intereses de los miembros de la comunidad. La forma de
determinar ese bien para los liberales es combinar las preferencias
individuales con la elección de la sociedad como un todo, a través de procesos
políticos y económicos. De este modo, afirmar la neutralidad estatal no implica
rechazar la idea de un bien común, sino más bien darle una cierta
interpretación.
Según Rawls (cit. en Kymlicka, 1995: 172),
todas las preferencias tienen el mismo peso “no en el sentido de que existe una
medida socialmente acordada acerca del valor o la satisfacción inherente, según
la cual todas estas concepciones resultan iguales, sino en el sentido de que no
se las evalúa en absoluto desde el punto de vista social”.
En una sociedad comunitarista, el bien común
se interpreta como una concepción
independiente de la buena vida que define el modo
de vida de la comunidad. Este bien común, más que
adaptarse a las preferencias de los individuos, proporciona el criterio para
evaluar esas preferencias. La forma de vida de la comunidad constituye la base para
una valoración social de las concepciones de lo bueno, y la importancia que se concede
a las preferencias de un individuo depende del grado en que dicha persona se adecua
o contribuya al bien común.
De este modo, la prosecución social de los
fines compartidos que define el modo de vida de la comunidad no queda limitada
por este requerimiento de neutralidad.
Y prima sobre la pretensión de los individuos
acerca de los recursos y las libertades necesarias para alcanzar sus propias de
lo bueno.
Un estado comunitarista es un estado
perfeccionista, ya que conlleva una visión social del valor de formas de vida
distintas. Así, deberá alentar a las personas para que adopten una concepción
de lo bueno que se ajuste a la forma de vida de la comunidad y al mismo tiempo
desalentar las concepciones de lo bueno que entran en conflicto con ella.
Una precisión relevante: mientras el
perfeccionismo marxista valoraba las formas de vida de acuerdo con un criterio
tradicional del bien de la humanidad, el comunitarismo las valora según su
conformidad con las prácticas existentes.
Comunitarismo frente a liberalismo. El
pensamiento tayloriano
El debate entre comunitaristas y liberales no
sólo tiene que ver con ideas, sino con
concepciones sociales y políticas asociadas a
ellas, que preocupan seriamente nuestros contemporáneos. Los filósofos
comunitarios han hecho ver un conjunto de errores y limitaciones de los
razonamientos y las propuestas liberales. En tal sentido, los argumentos
comunitarios representan una crítica muy profunda a posturas como el individualismo
y el contractualismo característicos del liberalismo. Sus planteamientos hacen
hincapié las esferas comunes de convivencia que ciertamente hoy día, a causa
del estilo de vida imperante en las sociedades avanzadas, se encuentran muy
deterioradas.
En ocasiones se ha calificado al
comunitarismo como primo teórico del liberalismo,
mientras otros lo consideran su rival.
Aquellos que simpatizan con el primero tienden a catalogarlo como una doctrina
humana liberadora; sus más fervientes detractores, en cambio, afirman que no
sólo es un simple rival del segundo, sino el más peligroso.
Algunos autores, por ejemplo Mimi Bick
(1987), se han ocupado de dar cuenta de este debate.
Hay tres aspectos cruciales a destacar en el
pensamiento de Charles Taylor. El primero de ellos tiene que ver con la
concepción antropológica del hombre. Es aquí donde emergen conceptos clave de
su filosofía, como por ejemplo la dimensión moral de la vida humana y la
identidad personal. El segundo, trata sobre su idea de la comunidad y su
relación con las visiones atomistas de la sociedad. Y el tercero se refiere a
su punto de vista acerca de los derechos colectivos y el multiculturalismo.
Taylor (1994: 64), como otros comunitaristas,
fija en Rawls el objetivo de sus análisis y críticas: “Rawls se interroga
respecto a lo que es una sociedad justa y trata de describir estos principios
de justicia buscando las bases sobre las cuales los individuos podrían ponerse
de acuerdo para colaborar en una sociedad”. Esos individuos, conforme al enfoque
rawlsiano, poseen determinados planes de vida que requieren de los medios o bienes
primarios adecuados para desarrollarlos. Considera Rawls que una sociedad justa
será aquella que afiance y proteja los derechos y libertades de los individuos
para realizar esos planes, y entregue los recursos correspondientes a ese mismo
fin. La visión de Rawls, concluye Taylor, “es muy igualitaria”. Siempre, claro,
dentro del marco de una concepción de sociedad cuyo bien común sería defender y
proteger la posibilidad de elaborar y realizar los planes de vida individuales,
a la vez que asegurar la distribución igualitaria de los medios para llevarla a
cabo.
En razón de lo antedicho, Taylor decide
abordar lo que él entiende como “desafío
comunitario”. Todos los comunitaristas,
asegura, se plantean la pregunta sobre si no necesitaremos en nuestra sociedad
un concepto más rico del bien común que el propuesto por la teoría rawlsiana,
que “trascienda la simple facilitación y defensa del bien de los individuos”.
Encarar ese desafío, para Taylor, conlleva
preocuparse del tipo de sociedad de manera global. El modelo anarquista no le
parece aceptable porque incurre en un excesivo individualismo a la hora de
tomar decisiones y realizar conductas. Éstas, sostiene, han de cuidar el “tono
moral” de la sociedad, concebida como un todo. Por ello mismo la libertad y la
identidad individuales sólo pueden desarrollarse —argumenta el autor—en una sociedad
en la que se reconozca globalmente su valor.
Comunitarismo moderado. El pensamiento de
Walzer
En Las esferas de la
justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad,
publicado
originalmente en 1983, Michael Walzer expone
su idea de un comunitarismo moderado, que no se posiciona de manera radical
contra las posturas del liberalismo.
Este autor entiende la justicia como una “igualdad
compleja”, compatible con la libertad si la centramos en el control de los
bienes sociales, de forma que ningún bien sea predominante y tiranice a los
demás. Para evitar la acción destructora del ideal liberal del poder en los
distintos aspectos de la vida social, Walzer enfrenta la tendencia a reducir la
variedad de bienes sociales a un proceso distributivo uniforme. La actitud decisiva
para una definición de la justicia consiste en darnos cuenta de que cada uno de
estos bienes tiene su significado social y con él sus criterios propios de
distribución.
Unos criterios que, para Walzer, deben ser
diversos, en procedimientos, razones e
intermediarios. Varían según el significado
de esos bienes. En la “sociedad compleja” contemporánea, los criterios de
reparto de bienes en una esfera nunca deben dominar sobre la distribución de
los bienes de las otras esferas. La injusticia y la tiranía vienen cuando el
dinero puede comprar al poder político, o un cargo público, o una buena posición
social; también cuando el status social proporciona ventajas sin demostrar el valor
personal. Es necesario que ningún bien pueda servir de medio de dominación y es
preciso evitar la concentración de cualquier forma de poder en unas cuantas
manos.
Por esto Walzer no confía en un planteamiento
político de “simple igualdad”, de
igualitarismo, donde la justicia es
considerada en términos de simple distribución
igualitaria de bienes. Tal planteamiento
exigiría la supremacía del poder estatal, que se vería compensando por la
protección de privilegios privados de igual fuerza entre los monopolios
emergentes de otros bienes dominantes.
Así pues, defiende una “igualdad compleja”,
propia de las sociedades democráticas actuales, que llevaría a un nuevo
concepto de socialismo democrático descentralizado.
Dicho concepto exige, a su modo de ver, un
estado de bienestar dirigido por empleados locales “no alienados”, así como un
mercado económico debidamente regulado, con participación pública, protección
de las creencias religiosas, protección familiar y control de las fábricas por
parte de los obreros (cogestión).
Defiende una pluralidad de formas de vida,
elegidas libremente, en el seno de una
sociedad liberal. El sujeto ideal, desde la
perspectiva comunitaria y de la justicia, es el ciudadano auto-responsable.
Expresado más claramente: que responde de sí mismo y de sus acciones, y a quien
los demás reconocen como tal por estar a la altura de lo que exige la
ciudadanía democrática.
Comunitarismo y virtudes aristotélicas. El
pensamiento de MacIntyre
MacIntyre presenta en su obra, Tras
la virtud, una “denuncia profética”, llena de malos augurios
respecto al futuro, como invitación a un retorno a la tradición moral de las virtudes
aristotélicas.
Uno de sus reproches fundamentales es que la
teoría de la justicia no deja ningún lugar a la noción fundamental de “mérito”.
Considera que esto se debe sobre todo a la concepción de una sociedad compuesta
por individuos cuyos intereses son definidos con anterioridad e independencia
de la construcción de cualquier lazo moral entre ellos. Por tanto, la noción de
mérito solamente tiene sentido en el contexto de una sociedad cuyo lazo
originario es una comprensión compartida, tanto del bien de la comunidad como del
individuo, y donde éstos identifican sus intereses fundamentales con referencia
a dichos bienes. Por ello rechaza tanto la noción de derechos como el intento
de fundarlos en la racionalidad de la ilustración.
En relación con la falta de definición sobre
los “méritos”, cabe mencionar que la
concepción de éstos queda supeditada a lo que
se disponga en los diferentes arreglos filosóficos, bajo la concepción de los
dos principios de justicia.
Así, MacIntyre, reformula la idea de
merecimiento al preferir la noción de “expectativas legítimas” para garantizar,
dentro del contexto de la justicia como valor, unos mínimos considerados innegociables
por el consenso político básico.
Comunitarismo sociológico. El pensamiento de
Etzioni
El nuevo comunitarismo sociológico es uno de
los movimientos sociopolíticos más
interesantes del cambio de siglo. Amitai
Etzioni, antiguo presidente de la Asociación Americana de Sociología, es una de
sus figuras más conocidas. Tiene varias obras muy relevantes, quizás su trabajo
más conocido es La sociedad activa (1968).
La primera reunión del comunitarismo
impulsado por Etzioni tuvo lugar en marzo de 1990 en la George Washington
University. Asisten una docena de personas venidas de diversos puntos de los
Estados Unidos. Sintonizan en que en los últimos tiempos se habla mucho de
derechos individuales y poco de responsabilidad para con la comunidad. Toman
conciencia de ser una nueva corriente de pensamiento, distinta del autoritarismo
estatista y el capitalismo imperante. Se autoproclaman responsive
communitarian. Acuerdan volver a verse en torno a tres
temas vinculados a las políticas de familia, salud y educación.
A mediados de octubre de 1990, se celebra la
segunda reunión. Incorporó algunos
nuevos participantes, entre otros, Mary Ann
Glendon, invitada personalmente por
Etzioni después de leer su libro Rights
Talk.
Esas dos reuniones fundacionales alientan la
idea de preparar un escrito semanal que llevará por título The
Responsive Communiarian Platform. Etzioni trata de
incluir una referencia a “valores absolutos”, pero encuentra la oposición de
Robert Bellah y Philip Selznick. Finalmente, no logra convencer a sus colegas y
el texto en ese punto se limita a sostener que “nuestro
comunitarismo no es un particularismo. Creemos que una comunidad responsable es
la mejor de entre las formas de organización humana.”
Personalidades de relieve en la vida política
y académica de los Estados Unidos unen su firma a la iniciativa etzioniana. La
variedad de los firmantes sorprende.
Entre ellos, aparece el apoyo crítico de la
feminista Betty Friedan, el del católico converso Richard Neuhaus, que con el
tiempo acabaría solicitando la retirada de su firma del manifiesto, y otros
autores de renombre. Al llegar a 104 firmantes, a finales de 1991, se cerró la
lista.
Sólo diez años más tarde, en 2001, se
permitió de nuevo adherirse al texto.
El comunitarismo encontró en Estados Unidos
un opositor incansable en la ACLU
(American Civil Liberties Union), una
importante organización conservadora que vela por las libertades y los derechos
de cada individuo. Creyó que las consideraciones que los planteamientos
comunitaristas limitadores de las libertades individuales en aras de la comunidad
eran, cuando menos, muy peligrosas.
También entre las críticas que recibe el
comunitarismo etzioniano están algunos
sectores de la derecha religiosa
norteamericana que acusan a Etzioni de, entre otras cosas, caer en el
relativismo, ignorar la figura de Dios y adoptar posturas pro-abortistas.
En cambio, sectores del Partido Demócrata
mantienen buenas relaciones con el
comunitarismo. Bajo la presidencia de Bill
Clinton, incluso se organizaron algunas
reuniones y eventos de esta corriente en la
propia Casa Blanca, sobre temas de
seguridad y educación.
Bibliografía
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Walzer, M. (1987): Las
esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad,
Fondo de Cultura Económica, México.
Resumen
Este ensayo analiza, de una manera
introductoria, un modelo de ciudadanía: el
comunitarismo. Su teoría política se elabora
en las más prestigiosas universidades
norteamericanas y nace como alternativa
crítica al modelo liberal, dominante en todos los discursos académicos.
Compuesto por distintas corrientes, el comunitarismo pretende mejorar la
organización de las sociedades, aumentar la participación de las personas
dentro de un marco donde los valores de la comunidad sean los que construyan la
identidad ciudadana.