miércoles, 6 de junio de 2012

Comunitarismo en el Siglo XXI


En el Siglo XIX, el comunitarismo se caracterizaba por la oposición al paradigma indi­vidualista y materialista que fomentaba una sociedad fría, con escasos vínculos solidarios.

En el Siglo XX el pensamiento comunitaristas vuelve a la escena con autores de la talla de Buber, Ma­ritain y Mounier, entre otros. La clave para comprender el pensamiento comunitaristas en los mediados del Siglo XX, es la necesidad de pensar en paradigmas alternativos a los hegemónicos, tratando de superar, por ejemplo, los totalitarismos de derechas e izquierdas, así como el modelo liberal capitalista, componentes de lo que Mounier calificaba entonces un verdadero “desorden establecido”. Justamente Mournier señalaría que la despersonalización del mundo moderno y la decadencia de la idea comunitaria conducían a una “sociedad sin rostro”, de puras masas, donde el prójimo se aleja y “no quedan más que semejantes que no se miran”.

Maritain, por su lado, buscando la mejor síntesis posible entre la libertad y la justicia social, con­denaría tanto las salidas del comunismo totalitario como del individualismo burgués, con sus “cri­sis de moralidad” así como sus “desastrosos espasmos de la economía liberal y capitalista”.

Martin Buber, desde su humanismo hebreo, por su parte, velará no solo por la construcción de una fi­losofía personalista (relación yo – tú), sino además por su vivencia práctica por medio de los popula­res kibbutzim de Israel, uno de los casos de economía comunitaria más impresionantes del Siglo XX.

La tercera oleada del pensamiento comunitaristas, por su parte, es la que estrictamente llamamos comuni­tarismo contemporáneo –para distinguirlo de los anteriores-, y por cierto, es la oleada que continúa vigente de cara a buena parte del Siglo XXI.

Sin desconocer la importancia que para esta tercera oleada tuvieron las dos anteriores, digamos que el comunitarismo contemporáneo tiene sus propios motivos fundacionales y sus propias elaboraciones.

Se puede señalar que los brotes del comunitarismo contemporáneo, surge como reacción luego de la publi­cación por parte de John Rawls de su obra máxima, Teoría de la Justicia (1971). Desde entonces, las posiciones comienzan a dividirse liberales y comunitaristas, donde destacan figuras de la talla de Buchanan, Friedman, o No­zick entre los primeros; Dworkin en posiciones más mesuradas; o MacIntyre, Walzer y Taylor entre los segundos.

Algunos de los aspectos compartidos por estos comunitaristas en oposición a los filósofos liberales, tienen que ver con aspectos tales como la importancia de los valores sociales para la construcción de determinada concepción de bien; la importancia de las diversas comunidades que integramos a la hora de generarnos iden­tidad y socialización; la concepción de la política más allá de mero espacio contractualista para garantizar los derechos individuales; la importancia de pensar qué es una buena sociedad y cómo se llega a ella más allá del subjetivismo individualista, así como el papel que le corresponde a las comunidades y al Estado en tal sentido.

Un segundo brote del comunitarismo contemporáneo surge, mientras tanto, desde concepciones más vin­culadas a las ciencias sociales (sociología, ciencias políticas y economía preferentemente). Se trata de la obra desarrollada fundamentalmente por el sociólogo Amitai Etzioni, especialmente preocupado desde los años ochenta por la fuerte ofensiva del individualismo a partir del Gobierno de Reagan en los EUA, tanto en los planos sociales y culturales como en el plano económico. La ausencia de valores en los discursos y en la prác­tica de la economía, por ejemplo, era un mal que envolvía incluso a las perspectivas más “progresistas de la época”. Cuenta nuestro autor, que con ocasión del dictado de unas clases en la Universidad de Harvard, los hombres de negocios le pedían por favor que no les hablara ni de la familia ni de la moral, pues estas cosas más valía desconocerlas que manejarlas en el mundo de la economía, donde el único valor que debería existir es el de dejar actuar en el marco de la más absoluta libertad. Sucesos como esos, le llevan a conformar junto a muchos otros académicos, entre quienes por ejemplo, Amartya Sen, una Plataforma Comunitaria en 1990 inicialmente firmada por cien académicos norteamericanos, que luego da lugar a una Red de Comunitaris­tas que reúne actualmente a unos 4000 de todas las nacionalidades y desde todos los rincones del mundo.

Esta Plataforma Comunitaria estaba basada en los siguientes asuntos:

a. La importancia del sistema democrático fundamentalmente para construir valores compartidos mediante el permanente diálogo, la mayor participación posible, y la mayor cantidad de información y medios de expresión para la ciudadanía.

b. Entender a la familia como la principal institución de la sociedad civil, encargada de funcio­nes intransferibles. Para ello, la sociedad toda debe velar por el mejor cumplimiento posible de esas funciones, especialmente en lo referido a atender las necesidades de los niños.

c. Entender a la escuela como una institución fundamental a la hora de formar en valores, como ser, según reza en el texto original: “la dignidad de cada persona debe respetarse; la tolerancia es una virtud y la discriminación un pecado; la resolución pacífica de los conflictos es superior a la vio­lencia; decir la verdad es moralmente superior a la mentira; un gobierno democrático es moralmen­te superior a uno totalitario y a uno autoritario; se debe ahorrar para el futuro propio y el del país, lo que es mejor que derrochar los ingresos y que depender de los otros para satisfacer las necesidades futuras”.

d. La defensa de los principios de solidaridad y subsidiaridad.

e. El deber cívico de la participación política, revalorizando los espacios propiamente políticos.

f. El deber de la justicia social.

Por Pablo Guerra, Asociación Iberoamericana de Comunitaristas (AIC), 2005

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