Xosé Manuel Domínguez Prieto2
1. El individuo
La distinción entre individuo y persona
(1), tal y como aquí la vamos a describir, fue muy habitual en muchos de los
pensadores e intelectuales que vivieron el periodo entre las dos Guerras Mundiales,
sobre todo en los personalistas6. Así, la encontramos en Lacroix, Nédoncelle,
Marcel, Buber, Lévinas y, sobre todo, en Mounier. Éste, diferencia nítidamente
ambas categorías indicando que, mientras que el individuo es fruto de un doble
movimiento de dispersión en lo exterior y de repliegue en lo interior, la
persona responde al doble dinamismo de apertura y donación exterior y de
unificación interior desde el núcleo de la propia vocación. De este modo, el
individuo sería una persona irrealizada, una persona malograda o una
degradación de la persona, cerrada en los límites de su yo hipertrofiado.
Analicemos ahora, con cierto detalle, qué es lo que caracteriza al
individuo.
Llama Mounier individuo “a la dispersión
de la persona en la superficie de su vida y a la complacencia de perderse en
ella” (RPC 210). El individuo es dispersión, disolución de la persona en la
materia, en la acción, en los personajes que representa. Pérdida en lo múltiple
e impersonal (2).
Es un hombre anónimo, sin vocación, sin
sentido, sin horizonte, sin familia, sin vínculos personales. Se repliega
sobre sí, narcisista. “Un hombre abstracto, sin ataduras ni comunidades
naturales, dios soberano en el corazón de una libertad sin dirección ni medida,
que desde el primer momento vuelve hacia los otros la desconfianza, el cálculo
y la reivindicación” (P, 474).
Es su actitud básica la de poseer, y por
tanto, la de reivindicar, acaparar. En las cosas pone su seguridad (3).
Pero, sobre todo, el individuo, separado de todos y todo, se
cierra, se repliega sobre sí, opta por la disolución en la soledad (4):
§
Soledad
frente a la verdad (se piensa en sí, sin los demás; piensa en sí sin horizonte
de sentido).
§
Soledad
frente al mundo (perdido en la volubilidad de las propias sensaciones o de la
propia razón). Soledad frente a los hombres: “individuo abstracto, buen salvaje
y paseante solitario, sin pasado, sin porvenir, sin relaciones” (RPC 191). Vive
la libertad-de, pero ni sospecha la libertad-para. Ha perdido el gusto de
acoger y el deseo de dar. Solo se afirma a sí. Es ‘soporte sin contenido de una
libertad sin orientación” (RPC 195).
A estas coordenadas ofrecidas por Mounier, podríamos añadir en
congruencia con ellas, otras varias:
§
Sus
actitudes son las de sumisión a los dictados del mercado, asume los ideales
neoliberales. Busca seguridades: coche, ahorro, puertas, guardias, sexo. No
quiere compromisos. Los demás o le son útiles (esposa, hijos, amigos) o
estorban. No cree en la gratuidad de las relaciones. Incapaz de comprometerse
con nada ni nadie que no de dinero. Quiere mantenerse libre-de pero no para ser
libre-para. Al no querer tensiones ni problemas, huye, se anestesia (sobre todo
mediante la actividad laboral).
§
Consecuentemente,
se siente mal en el tiempo libre porque le enfrenta a sí mismo. Sus creencias
se han diluido. Ya no cree en las utopías y religión de cuando era joven.
§
Ahora
lo ve como romanticismo ingenuo. No cree firmemente en nada para no tener que
comprometerse con nada de modo gratuito. Respecto de los valores personales es
indiferente. No tiene ninguna cosmovisión de conjunto, es decir, no hace suyo
ningún sistema moral, ni político, ni unas ideas religiosas. Identifica tener
convicciones con ser un intolerante. Y por eso él mismo es relativista,
escéptico y acrítico. Más con una excepción: cree en el economicismo neoliberal
de modo ciego, acrítico y fundamentalista. Cree en la productividad, en la
competitividad, en la especulación.
§
Cree
en todo lo que se puede comprar. Se auto-concibe como productor-consumidor.
§
Compra
y adora los objetos de última moda. Por eso sus valores son su visa, su coche,
su móvil, sus viajes, sus fotos, sus fiestas. Él es lo que posee. Pero, en
realidad, es poseído por lo que cree poseer.
2. El individualismo
Pero en nuestra sociedad no sólo se ha dado una degradación de la
persona en individuo, sino todo un êthos (5) social o carácter moral colectivo
que responde a estos mismos parámetros: es el individualismo.
Esta realidad social, tan definitoria de la sociedad neoliberal,
economicista y burguesa contemporánea, no es sino el fruto de la promoción
social y cultural del individuo en el sentido preciso que lo hemos definido
aquí.
Para el individualismo, los otros o son ayuda para la propia
realización o son obstáculos. El ‘yo’ exige, ante todo, realizarse (postura
recogida por los existencialistas y por Maslow). El infierno es el otro (decía
Sartre) si no coadyuva a este fin. Ya no hay, por tanto, ideales comunes. La
persona existe, al margen de toda comunidad (aunque viva con otros). Coexiste
pero no convive.
El individualismo constituye, por otra parte, el último fruto
cultural del liberalismo político unido a un sistema de mercado que se ha
impuesto como ideología única. El liberalismo, como sabemos, es aquella
doctrina política que defiende la igualdad ante la ley y pretende asegurar unas
libertades básicas.
Consiste, teóricamente, en la defensa del individuo frente a la
sociedad y el Estado. Pero esta defensa a ultranza de lo individual acaba
siendo un instrumento en manos del fuerte: una defensa del individuo fuerte
frente al otro, más débil o ajeno, de la propia realización a toda costa y sin
compromisos con otros. Es decir, el liberalismo desembocó históricamente en
individualismo.
La libertad de opción y la igualdad se convierten en el rechazo de
toda necesidad, de toda norma, de toda vocación, adhesión o fidelidad que ate.
Al cabo, queda una libertad sin ataduras, un individuo desnudo, rey de un
corazón sin finalidad: Tal es, sin embargo, la aspiración titánica del liberalismo;
se ha apegado tan fuertemente a los valores de la liberación pura y simple, sea
cual sea su meta, que ha llegado a colocar la negativa por encima de la
elección, la indeterminación por encima de la adhesión, el capricho por encima
de la fidelidad, el acto inmotivado por encima de acto lleno de sentido14.
Consecuentemente, lo que, en última instancia, promueve el
individualismo, entendido como sistema moral, es la felicidad, pero entendida
ahora como bienestar, como un estar sin tensiones6.
¿Cuáles son los efectos del individualismo? La corriente ética llamada
comunitarismo lleva a cabo una de las críticas más demoledoras al liberalismo
atendiendo a sus efectos.
El comunitarismo es una doctrina ética surgida en la década de los
80 del siglo XX en la que se afirma que toda concepción del bien, la virtud, la
felicidad y la vida buena, son siempre referentes a una determinada comunidad
y tradición. Sólo desde la propia tradición y desde la comunidad se hace
inteligible la propia identidad moral. La ética comunitaria critica al
liberalismo porque promociona una sociedad individualista, insolidaria, en la
que se produce anomia en la identidad, desarraigo afectivo y un empobrecimiento
en las relaciones sociales y comunitarias. La enorme movilidad debida al
trabajo, la movilidad afectiva (separaciones y divorcios) o la movilidad
política dan lugar a individuos desarraigados, afectivamente inermes. La
persona es un ser comunitario, y cuando le falta la comunidad, sucumbe.
En esto coincide con el diagnóstico de otro reciente grupo de
pensadores: los de la Escuela de Francfort: Horkheimer, Marcuse o Habermas
coinciden en que el individualismo, unido al economicismo neocapitalista, han
aplastado al propio individuo al que decían servir en principio. ¿Qué es lo que
ha postergado y cosificado a la persona?: los dictados del mercado. El
individuo, reducido a ser un peón productor y consumidor, una pieza móvil del
engranaje productivo, sacrifica todo (familia, tiempo, salud), en aras de este
sistema economicista. Al final, su tiempo, su ocio, sus relaciones, sus acciones,
se han cosificado, son tasadas como mercancías. Todo, incluso él mismo, se
mide por su valor de uso. El individuo ha desaparecido convertido él mismo en
mercancía (7).
El sistema económico neoliberal ya no sirve a las necesidades del
individuo sino que es éste el que sirve dócil y ciegamente al sistema. Si en el
siglo XIX se predicó la muerte de Dios, en el XX es la persona quien ha muerto
(8).
3. La persona
A diferencia del individuo, la persona, desde la unificación y
sentido que propicia el descubrimiento y experiencia de su vocación, es
“señorío y elección, es generosidad” (MSP 627), superación y desprendimiento
(MSP 631).
Frente a la dispersión del individuo, la persona es dominio de sí,
conquista de sí, pero no para vivir para sí. Por eso, el primer deber de la
persona no es salvar su persona sino comprometerla (con otros, en la acción, a
favor de la vocación propia y de los demás, asegurándoles un mínimo material).
La libertad la emplea en adherirse a personas y valores personales: corre el
riesgo del amor. Así, la vida de la persona es presencia y compromiso (9).
Pero para serlo,
decíamos, necesita estar unificada desde su intimidad por su vocación (10).
Desde su vocación, desde su particular llamada a ser persona, la
persona se unifica y se hace fecunda. Pero es tarea primordial de la persona
la búsqueda y ejecución de esta vocación (11).
La familia, al igual que el Estado, el Derecho o la economía deben
estar al servicio de la protección y promoción de la vocación de la persona.
Pero no pueden substituirla: “sólo la persona encuentra su vocación y hace su
destino. Ninguna otra persona, ni hombre ni colectividad, puede usurpar esta
carga”(MSP 630).
La persona realiza esa vocación dándose, comunicándose a otros,
sin caer en la tentación del repliegue. Y, por la comunicación, se abre a la
comunidad. Así entendida, la persona genera comunidad, pues “no se encuentra
sino dándose” (MSP 636), mediante un doble dinamismo de acogida y donación. En
ello radica su riqueza, pues “solamente nos encontramos al perdernos; sólo se
posee lo que se ama (...) Sólo se posee lo que se da” (RPC 194). Realizando su
vocación, acogiendo y donándose, la persona se hace creativa.
Así las cosas, podemos intentar describir, que no definir, la
persona como aquella realidad valiosa por sí misma (digna), espiritual y de
carácter psicosomático (esto es, con interioridad y exterioridad), sexuada,
abierta al cosmos, a las demás personas (en su dimensión individual, social e
histórica) y a la trascendencia, que constituye una tarea para sí misma. Esta
autorrealización la lleva a cabo mediante proyectos que elabora desde un
sentido que descubre para su vida, a partir de las posibilidades que se le
ofrecen, apoyado e impelido por las cosas, las demás personas y la
trascendencia. En este sentido, la persona es realidad dialógica y relacional
de modo que para realizarse y llegar a la plenitud lleva una vida personal y
comunitaria. Esta vida comunitaria se realiza mediante los encuentros
interpersonales, los cuales son posibles porque la persona es el único ser que
es capaz de salir de sí, ponerse en el punto de vista del otro, tomarlo sobre
sí, donarse a él y permanecerle fiel.
Pero si la persona es
esto, ¿cómo podemos recuperar a la persona de su individualismo?
Así las cosas, parece patente que se nos invita a una gran tarea:
recuperar a la persona del individuo en que ha degenerado, desarrollando así
una cultura personalista y comunitaria. Señala Mounier que “la persona no crece
sino purificándose incesantemente del individuo que hay en ella. No se logra a
fuerza de atención sobre sí, sino por el contrario, tornándose disponible” (12)
¿Y como se hace esto? Mounier también aporta unas líneas claras de acción:
Se recupera a la persona purificándola de lo individual, lo que
comienza con la toma de conciencia de que estamos perdidos en el exterior,
expulsados de nosotros mismos, prisioneros de nuestros apetitos, relaciones,
del mundo que lo distrae. Vida inmediata, sin memoria, sin proyecto, sin
dominio, es la definición misma de la exterioridad (P, 485).
Romper con el exterior, retirarse, hacer silencio. Esta actitud
permite romper con las distracciones exteriores y recuperar las voces
interiores, que son las que permiten a la persona volver a tomar conciencia de
su vocación. Lo que se busca, con este silencio y este retiro, es recuperar el
secreto interior, la cifra de la propia persona. Se trata de recuperar las
fuentes interiores como lugar fontanal del sentido de la persona.
Tras esto, esta recuperación supone una conversión, un cambio en
el corazón en el que se dejan los valores no arraigados en la persona, y se
opta por los que hacen crecer a la persona. Esta conversión tiene una
dirección bien precisa: de lo exterior a lo interior y de lo interior a lo
trascendente y comunitario.
Esta conversión permite recuperar a la persona. Y esto significa
que se recupera su vocación en tanto que llamada que permite unificar a la
persona y llevarla más allá de sí misma, indicándole su lugar en la comunión
universal.
Plegarse para
recuperarse y desplegarse.
El repliegue en el interior no supone huida ni reposo sino
tensión, experiencia de desposesión y desvalimiento, de riesgo y fragilidad. Se
trata de recuperarse a sí en un doble movimiento de negación de sí y afirmación
del otro, de concentrarse para desplegarse, empobrecerse para enriquecerse.
Persona es, por tanto, la que corre el riesgo del amor, la que es capaz de
donación y acogida. La persona sólo se encuentra dándose. Sólo se recupera
perdiéndose.
Recuperar a la persona es recuperar, también, su dimensión
comunitaria: la persona sólo se encuentra a sí en la comunidad. Por eso debe
purificarse del individuo para vivir inserto (no disuelto) en la comunidad,
viendo sus problemas desde ella. ¿Qué exige esto?: la apertura de la persona a
los otros y al Otro. Sólo desde la apertura a lo comunitario la persona es
capaz de dar-de-sí. Desde una experiencia elemental e inmediata, lo que
constatamos es que la esencia de la persona es dinámica y que el dinamismo más
íntimo de la persona es el de crecer hacia su plenitud, dar-de-sí, aspiración a
existir en plenitud o voluntad de ser (13). Y esto ocurre en la medida en que
va actualizando sus potencialidades de crecimiento y creatividad, se abre a la
realidad, descubre un sentido, pone en orden todas sus dimensiones y se cura de
todo lo que bloquea esta aspiración. Ahora bien: todo esto sólo ocurre en el
encuentro con los otros y con el Otro en tanto que son impulsantes,
posibilitantes y soporte biográfico. En este sentido, la posibilidad radical es
la de ofrecer un sentido para vivir. Y en esto consiste la segunda
constatación: el viaje hacia la plenitud siempre se hace mediante la apertura a
la trascendencia y a la fraternidad. Desde lo íntimo se descubre la necesidad
de la relación con los otros como esencial. Sólo en el Encuentro fecundo con el
otro y con el Otro, es posible la plenitud personal. Sólo en la donación al
otro y al Otro es posible la plenitud personal.
SIGLAS de las obras de Mounier citadas
MSP: Manifiesto al servicio del personalismo. Sígueme, Salamanca
1992, tomo I de las OBRAS COMPLETAS pp579-756
RPC: Revolución personalista y comunitaria. Sígueme, Salamanca
1992, tomo I de las OO.CC, pp159-500
P: El personalismo. Sígueme, Salamanca 1990, tomo III de las OBRAS
COMPLETAS pp449-550
PCPH: De la propiedad
capitalista a la propiedad humana . Sígueme, Salamanca 1992, tomo I de las
OBRAS COMPLETAS pp 501-578
NOTAS
1. Designamos con el término ‘personalismo’ aquellas
corrientes filosóficas que afirman la primacía de la persona sobre cualquier
otra realidad, y la toman como eje de sus reflexiones. No es tanto un sistema
como una perspectiva desde la que se abordan los problemas. Pero una
perspectiva filosófica, en la que se atiende a la teoría y a la praxis, y en la
que la persona es tomada en su singularidad y en su dimensión comunitaria, como
seres libres y creadores. En concreto, nos referimos al pensamiento de un
conjunto de filósofos del s. XX entre los que destaca primero Emmanuel Mounier
y el grupo formado en torno a la revista Esprit y al que se pueden adscribir
otros pensadores como Marcel, Scheler, Buber, Ebner, Landsberg, Nedoncelle,
Weil, Levinás, Ricoeur, Lacroix y, en España, Carlos Díaz, todos los pensadores
vinculados al Instituto Emmanuel Mounier y, de un modo lato, José Luis L.
Aranguren, Laín Entralgo y Julián Marías.
2. Ejemplos de formas de dispersión: hacer
del fútbol, la televisión, el internet, las modas, la continua diversión mojada
en alcohol, el argumento vital o, al menos, del tiempo libre, que es el tiempo
en que la persona dispone más plenamente de sí.
3. Cfr. MSP 627
4. Cfr. RPC 191
5. El vocablo ‘ética’¸ procede del término
griego ‘êthos’ que significa ‘modo de ser’ o ‘carácter’. Ya desde Aristóteles
la ética es concebida como una reflexión sobre la construcción del carácter
moral. El lector interesado puede profundizar en esta sugerente concepción de
la ética en alguno de los siguientes textos:
• ARANGUREN, José Luís L.: Ética. Revista de Occidente, Madrid 1976
(6ª edición). Primera parte, capítulo 2; segunda parte, capítulos 1, 2 y 23.
• ZUBIRI, Xavier: Sobre el hombre. Capítulo VII: ‘El hombre,
realidad moral’. Alianza Editorial, Madrid 1986.
• ORTINA, Adela y MARTÍNEZ, Emilio: Ética. Akal, Madrid 1996.
Capítulo I: Él ámbito de la filosofía práctica.
6. Pero como mostró V.Frank en El hombre en busca de sentido,
justo la persona crece gracias a sus tensiones y, si estas desaparecen, se
desmorona: Considero un concepto falso y peligroso para la higiene mental dar
por supuesto que lo que el hombre necesita ante todo es equilibrio o, como se
denomina en biología ‘homeostasis’; es decir, un estado sin tensiones. Lo que
el hombre realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y
luchar por una meta que le merezca la pena. Lo que precisa no es eliminar la
tensión a toda costa, sino sentir la llamada de un sentido potencial que está
esperando a que él lo cumpla” (FRANKL, Viktor E.: El hombre en busca de sentido.
Herder, Barcelona 1991, 12ª edición. pp. 104-105).
Pero, como ya hemos señalado en el presente trabajo, si la persona
se desmorona, se desmoraliza por falta de horizonte y compromiso, nunca puede
ser solución enfriar o disfrazar el sentimiento de culpa o el malestar. Las
terapias somáticas y psicoanalíticas curan síntomas pero no a la persona. En
realidad, como enseña la logoterapia, y el sentido común, la persona sólo se
(re)construye desde un horizonte de sentido, desde un sistema de valores y nunca
anestesiando sus culpas o adormeciendola con Tranquimacín, tila alpina,Valium o
Prozac.
7. A esta reducción mercantilizante, recogiendo el término del
marxista Lukács, se le denomina reificación.
8. Incluso hay filosofías, como el estructuralismo, que afirman
explicitamente la desaparición del sujeto humano, la muerte del hombre. En
fin: ‘Dios ha muerto. El hombre ha muerto y yo mismo no me encuentro ya nada
bien’.
9. Cfr. MSP 628
10. Cfr RPC 212: Para
Mounier la persona presenta tres dimensiones: encarnación, vocación y comunicación.
11. Cfr. MSP 630
13. El dinamismo básico de la persona es la aspiración a existir
en plenitud en cierto modo semejante a la aspiración de perfección de toda
substancia en Aristóteles, al deseo de ser en sí y para sí de Sartre, o la
tensión hacia el Bien de Platón.
Sobre el Autor: Xosé Manuel DOMÍNGUEZ PRIETO es Doctor en Filosofía y miembro del Instituto Emmanuel Mounier.
No hay comentarios:
Publicar un comentario