Por Rodrigo Iván
Cortés Jiménez
1. La necesidad
de volver a la persona y a la comunidad
Zbigniew Brzezinski, el gran geopolitólogo estadounidense de
origen polaco, se pregunta en uno de sus últimos libros, “¿aprende la
humanidad de la historia? ¿es probable que la perspectiva política de la
humanidad, en vísperas del siglo veintiuno, esté más madura en reacción a la
locura política del siglo veinte? ¿proporciona el concepto de democracia
liberal respuestas significativas a los nuevos dilemas que surgen en la
existencia social?” y por lo visto no le hace falta razón para hacerse estas
preguntas. Comenta que el arranque del siglo veinte era aclamado como el
verdadero comienzo de la Era de la Razón, de la ciencia y del progreso, sin
embargo ataja, “pero ese progreso, desafortunadamente, no era medido a nivel
moral, representado la política el mayor fracaso del siglo. Contrariamente a lo
prometido, el siglo veinte se convirtió en el siglo más sangriento y repugnante
de la humanidad, un siglo de políticas alucinantes donde la crueldad fue
institucionalizada a un grado sin precedentes, las armas letales estaban
organizadas sobre bases de producción masiva. Existió un contraste entre el
potencial científico para el bien y la malicia política que en realidad fue
desatada”, y así surgieron lo que el llama Utopías Coercitivas, totalitarismos
que denigraron a las personas de manera sistemática y arrogante.
Sin embargo eso no es todo, al parecer a la caída de los regímenes
autoritarios persiste otro problema, “ la relevancia universal del mensaje
político occidental (se refiere sobre todo al legado de la revolución francesa
y americana) podría ser estropeada por la creciente tendencia del mundo
desarrollado a inculcar el contenido interior de la democracia liberal
mediante un estilo de vida que defino como cornucopia permisiva. La prioridad
dada a la autogratificación individual combinada con la creciente capacidad del
ser humano para reformarse a sí mismo a través de la genética y otras formas de
auto-alteración científica –sin hablar de las restricciones morales- tiende a
crear una condición en la cual se ejerce muy poco autocontrol sobre la dinámica
del deseo de consumo y de ocuparse vanamente de uno mismo”[1] con la
consecuente atomización de la sociedad y un exacerbado individualismo, donde lo
que va abarcando cada vez mas espacio es el mercado y se llega a sentir la
vieja advertencia que hacía Alexis de Toqueville que, a pesar de ser un gran
admirador de la democracia americana, afirmaba que una condición esencial para
que se mantuviera unida esta formación, constitutivamente quebradiza, y fuera
posible un orden de libertades en libertad vivida en común era que América
vivía una conciencia moral básica compartida, lo cual fundamentaba las
instituciones y mecanismos democráticos.
Sin convicciones morales comunes las instituciones democráticas no
pueden durar ni surtir efecto positivo.[2]
El tercer milenio no inicia tan optimista como el siglo anterior.
Caído el comunismo y cuestionado el llamado “Nuevo Orden Mundial” con la
hegemonía bélica unipolar y la creciente injusticia y desorden económico
(baste ver el caso reciente de Argentina), sin embargo se hace imperativo ver
por alternativas que nos den un mejor horizonte humano.
Ante los individualismos atomizantez y los colectivismos homologadores,
ambos generadores de injusticias graves, surge en el mismo siglo XX el
personalismo y el comunitarismo. El primero con una raíz europea (también
llamado Personalismo Comunitario) y el segundo más americano. Surgen como
alternativa ante los “ismos” que prevalecieron en el siglo pasado, capitalismo,
comunismo, nazismo, fascismo. Los valores antes dominantes van en declive, es
la oportunidad para que emerjan valores nuevos, que se centren en la persona y
la proyecten a la comunidad, un humanismo que reconoce la dignidad del hombre y
promueve la comunidad en una era de grandes transformaciones.
Vamos a comentar puntos
de referencia básicos de cada uno de ellos, haciendo notar sus coincidencias y
el mutuo enriquecimiento que tienen y deben tener.
2. EL
PERSONALISMO
El personalismo es una filosofía que se caracteriza
fundamentalmente por colocar a la persona en el centro de su reflexión y de su
estructura conceptual. Procede de múltiples fuentes pero tomó forma precisa en
la Francia de los años 30 y adquirió posteriormente una importancia notable en
toda Europa, influyendo en acontecimientos tan relevantes como la
Declaración de la ONU sobre los derechos humanos o los textos del
Concilio Vaticano II que se refieren al hombre o la libertad religiosa.
Actualmente esta adquiriendo un valor cada vez más emergente por su carácter
sereno, positivo y constructivo. Cuenta con claves para responder a algunos de
los interrogantes que se ventilan actualmente, tales como la fundamentación de
los derechos humanos, la crisis de la afectividad y la familia, la bioética,
entre otros.
La aportación que le ha dado el personalismo al hombre
contemporáneo es riquísima, baste recordar las palabras del gran personalista
francés, Jaques Maritain, es su memorable “Humanismo Integral” :“El humanismo
tiende esencialmente a hacer al hombre más verdaderamente humano y a manifestar
su grandeza original haciéndolo participar en todo cuanto puede enriquecerle
en la naturaleza y en la historia… (El humanismo) requiere que el hombre
desarrolle las virtualidades en él contenidas, sus fuerzas creadoras y la vida
de la razón, y trabaje para convertir las fuerzas del mundo físico en
instrumentos de su libertad”.
Dentro del personalismo francés se pueden mencionar además de
Jacques Marirtain a Gabriel Marcel, Emanuel Mounier, Maurice Nedoncelle,
Gilson, Berdiaev, junto a los literatos como Charles Péguy, Paul Claudel y George
Bernanos, entre otros.
En el personalismo polaco se encuentran personalidades como
Stanislaw Grygiel, Jozef Tischner, Krapiec, Jaworski, Styczen y no se puede
dejar de mencionar al personalista más conocido de Polonia, Karol Wojtyla.
En el personalismo de raigambre iberoamericano podemos mencionar a
Carlos Díaz, Alfonso López Quintás, Julián Marías, Efraín González Luna, Carlos
Castillo Peraza, entre muchos otros que todavía tienen mucho que darle a
Latinoamérica y al mundo.
Es importante resaltar, como lo hace el filósofo Rodrigo Guerra,
la doble dimensión del sujeto humano que se puede resumir en el binomio
persona-comunidad: la persona es una realidad irreductible, que no puede ser
comprendida como la simple suma de estados psíquicos, de sucesiones de actos,
o de condicionamientos sociales aún cuando todas estos elementos confluyan en
cierta medida en ella. La experiencia vivida de todo el conjunto de influjos
internos y externos como una realidad que encuentra unidad en el yo obliga a
admitir la sustancialidad fundante de la persona. La persona es sustancia y
por ello continúa siendo válido el adagio clásico persona est sui iuris et
altero incommunicabilis.
Al mismo tiempo, y valorando en sí mismo al ser humano, no podemos
olvidar que la persona no es sólo sustancia sino también relación. El hombre y
la mujer de a pie se descubre a sí mismo plenamente solo en la relación
intersubjetiva. El descubrimiento que de sí mismo hace cada ser humano no es un
mero suceso accidental sin importancia para la constitución dinámica de su
persona. Esta constitución posee un momento existencial esencialmente
relacional [3]. Esto nos lleva a valorar con todas sus letras la expresión
Personalismo Comunitario.
3. COMUNITARISMO
El profesor James Sterba, de la Universidad de Notre Dame en
Estados Unidos, resume así la propuesta comunitarista:
“Virtually all political philosophers pay
at least lip service to the ideal of the common good but only communitarians
take the ideal to be the fundamental social and political ideal. There are two
reasons for this. First, communitarians take a conception of the right to be
based on a conception of the good. Second, communitarians see the common good
as constituted by the practices of communities. The common good is the good
that is internal to the practices of communities. So as communitarians it is
fitting that they should give pride of place to the common good.”[4]
Si nos atenemos a la comprensión de los procesos de cambio social
en las sociedades industriales avanzadas del mundo occidental, el
comunitarismo denuncia como disfuncional la generalización de la cultura
atomizante y disgregadora que propugnada por el individualismo ha tenido en
las prácticas consumistas generadas por el materialismo capitalista su
principal causa cercana.
En este sentido existen dos referentes importantes y emblemáticos
del comunitarismo, MacIntyre en lo filsófico y Amitai Etzioni que se situa en
la tradición clásica que en sociología marcan Durkheim, Park, Nisbet, Tönnies
y Parsons, en filosofía Dewey, Mead y Buber, y en la acción sociopolítica
iniciativas como New Harmony (J. Warren) y los Kibbutzim. Entre los más señeros
continuadores de esta tradición Etzioni reconoce hoy en día a Bellah, Selznick
y Daniel A. Bell.
Al mismo tiempo, podemos citar las palabras del Dr. Etzioni para
describir la genealogía de los escritos comunitarios:
“Communitarian thoughts are found in the
writings of the ancient Greeks (for instance in Aristotle’s comparisons of life
in the small city and the large metropolis), in the Old and the New Testament,
in Catholic social thought, and among early sociologists such as Ferdinand
Tonnies, Emile Durkheim, Robert Nisbet, R. Park, Talcott Parsons, and William
Kornhauser, among others. I myself began my training in sociology and social
philosophy under the tutelage of Martin Buber in Jerusalem, who wrote a fine
communitarian book.”[5]
Alasdair MacIntyre, el otro gran referente del comunitarismo en el
ámbito filosófico, causó gran revuelo con la aparición de su libro “Tras la
virtud” que detonó una serie de reflexiones que Etzioni comenta:
“In the 1980’s a
group of political philosophers –Charles Taylor, Michel Sandel, and Michael
Walzer- challenged individualist liberal opposition to the concept of a common
good…”[6]
José Pérez Adán, un relevante comunitarista y socioeconomista
español comenta: “por comunidad entendemos un sujeto colectivo para el que se
reclama cierta soberanía y del que se propugna la independencia conceptual
frente a esos dos grandes monopolizadores en exclusiva de la soberanía, tal y
como la entiende la modernidad, que son el individuo y el estado. Etzioni, por
otra parte, no define la comunidad de manera unívoca y, ciertamente, no con
terminología espacial (las fronteras sociales no se pueden ver en los mapas de
superficie): la comunidad es un entorno humano donde la virtud tiene un
atributo social y donde, por tanto, existe una conciencia moral compartida.
Pueden existir, y de hecho hay, comunidades residenciales, pero también étnicas,
religiosas o laborales. A la hora de adscribir a un ámbito académico nuestro
objeto de reflexión en estos momentos que es el tipo de relación comunitaria
que conforma un entorno social determinado, no nos sirve la distinción entre
sociedad política y sociedad civil: más bien estamos hablando de un contexto
cívico (político, civil, religioso, laboral, etc.) en el sentido de un marco de
civilidad.”
“El desequilibrio entre autonomía y orden moral que denuncia el
comunitarismo no debe de entenderse como una reedición de la vieja
confrontación entre libertad y orden. No estamos en la esfera política sino en
la social estrictamente hablando, hasta el punto que lo que se busca es un
equilibrio que asegure ambas partes de la balanza, la autonomía y el orden,
basado éste en la sanción moral colectiva y no en la sanción legal o penal. La
nueva regla de oro no es un nuevo dictum sobre el que edificar las relaciones
interpersonales: se trata de un modus operandi para la acción intrasocial. La
víctima del desequilibrio que denuncia el comunitarismo en el mundo capitalista
occidental es la colectividad conformada por los grupos humanos intermedios
-por ejemplo, la familia-: mucho menos poderosa que el individuo con el que
intenta pactar, casi siempre, en situación de desventaja”.
“Lo que se pretende es de huir de los excesos. La pregunta que
salta inmediatamente como un dardo arrojadizo por cierto progresismo de salón
es: ¿acaso se piensa que un exceso de autonomía puede darse o ser
disfuncional? La respuesta comunitarista es que sí, y que ésta es, además, la
gran falacia del liberalismo: los “excesos” de libertad (se entiende: no en
sentido estructural) incapacitan a la libertad misma. Pasado un máximo
socialmente sostenible, cuantas más libertades, menos libertad”.
Esto se comprende cuando nos damos cuenta que el ejercicio de la
libertad tiene un ámbito propio de acción que es la sociedad. La libertad
antisocial es una disfunción catalogada muchas veces como desviación. Por ello
cuando aumenta la oferta de libertades sin aumentar al mismo tiempo la oferta
de seguridades colectivas: cuando crece la autonomía y disminuye la salud
social, se produce una situación de déficit de orden moral que hay que tratar
de paliar. La imagen de un individuo que presumiese ante otro de ser más libre
que aquél por disponer el primero de 30 canales de televisión donde elegir
mientras que el segundo solo dispone de 20, nos parecería ciertamente ridícula.
La libertad no aumenta de forma necesaria con la maximización de la capacidad de
elección. Poner a los derechos individuales a competir con los deberes sociales
no tiene sentido. Como en el dilema del prisionero a la postre, ambos, sociedad
e individuo salen perdiendo. La autonomía está mejor servida cuando procura el
amparo y tutela de la salud social y el orden moral sobre la que se asienta.
Por eso pensamos que el liberalismo ha sido conscientemente
engañoso. Incluso desde sus mismas premisas, la maximización ilimitada de la
capacidad de elección individual es difícilmente sostenible de forma
coherente. La promesa del incremento de la autonomía que ha sido su estandarte
durante muchos años ha rendido beneficios individuales concretos y a corto
plazo, pero ha dejado también muchas facturas impagadas: la medioambiental y
el incremento de la desigualdad planetaria son quizá las más llamativas. Pero
además, y sobre todo, el liberalismo no ha conseguido proponer una idea de
bienestar mínimamente consensuada. Y es que, el exceso de autonomía puede ser
“excesivo” en más de un sentido.
Por otro lado, Pérez Adán, comentando a Etzioni, relaciona el tema
con la democracia: “La capacidad de autoperfeccionamiento social debe de
hacernos ver que en el terreno de la civilidad, la democracia no es un estado
que hay que consolidar, en el sentido de perpetuar, sino un valor y, por tanto,
un proceso que hay que continuar ininterrumpidamente introduciendo variables estructurales
de modo paulatino. En este sentido somos peregrinos: hacemos camino con
nuestras pisadas”.
Hemos visto de manera muy breve referencias básicas del
personalismo y del comunitarismo para poder ubicar su aportación a la
superación del individualismo y el colectivismo que, como vimos, tantas
secuelas negativas le han dejado al mundo. Es una apuesta por recuperar al
sujeto, al auténtico sujeto humano que esta inserto en una comunidad. Un
sujeto no solo cognoscente sino también moral y de ahí la recuperación de las
virtudes, las instituciones, es decir de la persona y de la comunidad. Esta
doble aportación debe iluminar los esfuerzos para proyectar el humanismo del
siglo XXI.
CITAS
[1] Brzezinski, Z., Out of Control, Mcmillan Publishing, N.Y.
[2] A. Jardín, Alexis de Toqueville, Paris, 1984.
[3] Cfr. Guerra,
Rodrigo, conferencia “Filsofía social católica”, dentro del Congreso Nacional
“Estado, Iglesias y Grupos Laicos” realizado del 9 al 13 de octubre de 2000.
Del mismo autor es relevante ubicar su último libro “volver a la persona”,
Caparrós Editores, Madrid, 2002, en el cual se adentra en el pensamiento personalista
de Karol Wojtyla.
[4] J. Sterba, Contemporary social and political philosophy, Wadsworth,
California,1995.
[5] A. Etzioni, The essential communitarian reader, Rowman and
Littlefield Publishers, Boston, 1998.
[6] Ibid.
BIBLIOGRAFÍA
• Burgos, L. El Personalismo
•
• Brzezinski,
Z. Out of Control
•
• Diaz, C. Emmanuel Mounier
•
• Diaz, C. Vocabulario de formación social
•
• Etzioni, A. La Nueva Regla de Oro.
•
• Etzioni, A. La tercera via hacia
Sobre el Autor: 1 Rodrigo Iván
Cortés Jiménez, licenciado en Filosofía, Maestría en Administración Pública,
estudios de Doctorado en Historia y de posgrado en Gobierno y Cultura de las
Organizaciones por la Universidad de Navarra. Realizó estudios en las
Universidades de Oxford, Inglaterra, Universidad de Notre Dame, EUA,
Universidad Complutense de Madrid y Abat Oliva de Barcelona, España.
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