lunes, 11 de junio de 2012

El Personalismo y el Comunitarismo como alternativa para el Hu­manismo del siglo XXI


                                                          Por Rodrigo Iván Cortés Jiménez

1. La necesidad de volver a la persona y a la comunidad

Zbigniew Brzezinski, el gran geopolitólogo estadounidense de origen polaco, se pregunta en uno de sus últi­mos libros, “¿aprende la humanidad de la historia? ¿es probable que la perspectiva política de la humanidad, en vísperas del siglo veintiuno, esté más madura en reacción a la locura política del siglo veinte? ¿proporciona el concepto de democracia liberal respuestas significativas a los nuevos dilemas que surgen en la existencia social?” y por lo visto no le hace falta razón para hacerse estas preguntas. Comenta que el arranque del siglo veinte era aclamado como el verdadero comienzo de la Era de la Razón, de la ciencia y del progreso, sin embargo ataja, “pero ese progreso, desafortunadamente, no era medido a nivel moral, representado la política el mayor fracaso del siglo. Contrariamente a lo prometido, el siglo veinte se convirtió en el siglo más sangriento y re­pugnante de la humanidad, un siglo de políticas alucinantes donde la crueldad fue institucionalizada a un grado sin precedentes, las armas letales estaban organizadas sobre bases de producción masiva. Existió un contraste entre el potencial científico para el bien y la malicia política que en realidad fue desatada”, y así surgieron lo que el llama Utopías Coercitivas, totalitarismos que denigraron a las personas de manera sistemática y arrogante.

Sin embargo eso no es todo, al parecer a la caída de los regímenes autoritarios persiste otro problema, “ la re­levancia universal del mensaje político occidental (se refiere sobre todo al legado de la revolución francesa y americana) podría ser estropeada por la creciente tendencia del mundo desarrollado a inculcar el contenido in­terior de la democracia liberal mediante un estilo de vida que defino como cornucopia permisiva. La prioridad dada a la autogratificación individual combinada con la creciente capacidad del ser humano para reformarse a sí mismo a través de la genética y otras formas de auto-alteración científica –sin hablar de las restricciones morales- tiende a crear una condición en la cual se ejerce muy poco autocontrol sobre la dinámica del deseo de consumo y de ocuparse vanamente de uno mismo”[1] con la consecuente atomización de la sociedad y un exacerbado individualismo, donde lo que va abarcando cada vez mas espacio es el mercado y se llega a sentir la vieja advertencia que hacía Alexis de Toqueville que, a pesar de ser un gran admirador de la democracia americana, afirmaba que una condición esencial para que se mantuviera unida esta formación, constitutiva­mente quebradiza, y fuera posible un orden de libertades en libertad vivida en común era que América vivía una conciencia moral básica compartida, lo cual fundamentaba las instituciones y mecanismos democráticos.

Sin convicciones morales comunes las instituciones democráticas no pueden durar ni surtir efecto positivo.[2]

El tercer milenio no inicia tan optimista como el siglo anterior. Caído el comunismo y cuestionado el lla­mado “Nuevo Orden Mundial” con la hegemonía bélica unipolar y la creciente injusticia y desorden eco­nómico (baste ver el caso reciente de Argentina), sin embargo se hace imperativo ver por alternativas que nos den un mejor horizonte humano.

Ante los individualismos atomizantez y los colectivismos homolo­gadores, ambos generadores de injusticias graves, surge en el mismo siglo XX el personalismo y el co­munitarismo. El primero con una raíz europea (también llamado Personalismo Comunitario) y el segundo más americano. Surgen como alternativa ante los “ismos” que prevalecieron en el siglo pasado, capitalis­mo, comunismo, nazismo, fascismo. Los valores antes dominantes van en declive, es la oportunidad para que emerjan valores nuevos, que se centren en la persona y la proyecten a la comunidad, un humanismo que reconoce la dignidad del hombre y promueve la comunidad en una era de grandes transformaciones.

Vamos a comentar puntos de referencia básicos de cada uno de ellos, haciendo notar sus coincidencias y el mutuo enriquecimiento que tienen y deben tener.

2. EL PERSONALISMO

El personalismo es una filosofía que se caracteriza fundamentalmente por colocar a la persona en el cen­tro de su reflexión y de su estructura conceptual. Procede de múltiples fuentes pero tomó forma preci­sa en la Francia de los años 30 y adquirió posteriormente una importancia notable en toda Europa, influ­yendo en acontecimientos tan relevantes como la

Declaración de la ONU sobre los derechos humanos o los textos del Concilio Vaticano II que se refieren al hombre o la libertad religiosa. Actualmente esta ad­quiriendo un valor cada vez más emergente por su carácter sereno, positivo y constructivo. Cuenta con claves para responder a algunos de los interrogantes que se ventilan actualmente, tales como la fun­damentación de los derechos humanos, la crisis de la afectividad y la familia, la bioética, entre otros.

La aportación que le ha dado el personalismo al hombre contemporáneo es riquísima, baste recordar las palabras del gran personalista francés, Jaques Maritain, es su memorable “Humanismo Integral” :“El hu­manismo tiende esencialmente a hacer al hombre más verdaderamente humano y a manifestar su grande­za original haciéndolo participar en todo cuanto puede enriquecerle en la naturaleza y en la historia… (El humanismo) requiere que el hombre desarrolle las virtualidades en él contenidas, sus fuerzas creadoras y la vida de la razón, y trabaje para convertir las fuerzas del mundo físico en instrumentos de su libertad”.

Dentro del personalismo francés se pueden mencionar además de Jacques Marirtain a Gabriel Marcel, Ema­nuel Mounier, Maurice Nedoncelle, Gilson, Berdiaev, junto a los literatos como Charles Péguy, Paul Claudel y George Bernanos, entre otros.

En el personalismo polaco se encuentran personalidades como Stanislaw Grygiel, Jozef Tischner, Krapiec, Jaworski, Styczen y no se puede dejar de mencionar al personalista más conocido de Polonia, Karol Wojtyla.

En el personalismo de raigambre iberoamericano podemos mencionar a Carlos Díaz, Alfonso López Quintás, Julián Marías, Efraín González Luna, Carlos Castillo Peraza, entre muchos otros que todavía tienen mucho que darle a Latinoamérica y al mundo.

Es importante resaltar, como lo hace el filósofo Rodrigo Guerra, la doble dimensión del sujeto hu­mano que se puede resumir en el binomio persona-comunidad: la persona es una realidad irreduc­tible, que no puede ser comprendida como la simple suma de estados psíquicos, de sucesiones de ac­tos, o de condicionamientos sociales aún cuando todas estos elementos confluyan en cierta medida en ella. La experiencia vivida de todo el conjunto de influjos internos y externos como una realidad que en­cuentra unidad en el yo obliga a admitir la sustancialidad fundante de la persona. La persona es sustan­cia y por ello continúa siendo válido el adagio clásico persona est sui iuris et altero incommunicabilis.

Al mismo tiempo, y valorando en sí mismo al ser humano, no podemos olvidar que la persona no es sólo sustan­cia sino también relación. El hombre y la mujer de a pie se descubre a sí mismo plenamente solo en la relación intersubjetiva. El descubrimiento que de sí mismo hace cada ser humano no es un mero suceso accidental sin importancia para la constitución dinámica de su persona. Esta constitución posee un momento existencial esen­cialmente relacional [3]. Esto nos lleva a valorar con todas sus letras la expresión Personalismo Comunitario.

3. COMUNITARISMO

El profesor James Sterba, de la Universidad de Notre Dame en Estados Unidos, resume así la propuesta comunitarista:

“Virtually all political philosophers pay at least lip service to the ideal of the common good but only com­munitarians take the ideal to be the fundamental social and political ideal. There are two reasons for this. First, com­munitarians take a conception of the right to be based on a conception of the good. Second, communitarians see the common good as constituted by the practices of communities. The common good is the good that is internal to the prac­tices of communities. So as communitarians it is fitting that they should give pride of place to the common good.”[4]

Si nos atenemos a la comprensión de los procesos de cambio social en las sociedades industria­les avanzadas del mundo occidental, el comunitarismo denuncia como disfuncional la genera­lización de la cultura atomizante y disgregadora que propugnada por el individualismo ha teni­do en las prácticas consumistas generadas por el materialismo capitalista su principal causa cercana.

En este sentido existen dos referentes importantes y emblemáticos del comunitarismo, MacIn­tyre en lo filsófico y Amitai Etzioni que se situa en la tradición clásica que en sociología mar­can Durkheim, Park, Nisbet, Tönnies y Parsons, en filosofía Dewey, Mead y Buber, y en la ac­ción sociopolítica iniciativas como New Harmony (J. Warren) y los Kibbutzim. Entre los más señeros continuadores de esta tradición Etzioni reconoce hoy en día a Bellah, Selznick y Daniel A. Bell.

Al mismo tiempo, podemos citar las palabras del Dr. Etzioni para describir la genealogía de los escritos comunitarios:

“Communitarian thoughts are found in the writings of the ancient Greeks (for instance in Aristotle’s comparisons of life in the small city and the large metropolis), in the Old and the New Testament, in Catholic social thought, and among early sociologists such as Ferdinand Tonnies, Emile Durkheim, Robert Nisbet, R. Park, Talcott Parsons, and William Kornhauser, among others. I myself began my training in sociology and social philosophy under the tutelage of Martin Buber in Jerusalem, who wrote a fine communitarian book.”[5]
Alasdair MacIntyre, el otro gran referente del comunitarismo en el ámbito filosófico, causó gran revue­lo con la aparición de su libro “Tras la virtud” que detonó una serie de reflexiones que Etzioni comenta:

“In the 1980’s a group of political philosophers –Charles Taylor, Michel Sandel, and Michael Walzer- challenged individualist liberal opposition to the concept of a common good…”[6]

José Pérez Adán, un relevante comunitarista y socioeconomista español comenta: “por comunidad enten­demos un sujeto colectivo para el que se reclama cierta soberanía y del que se propugna la independencia conceptual frente a esos dos grandes monopolizadores en exclusiva de la soberanía, tal y como la entiende la modernidad, que son el individuo y el estado. Etzioni, por otra parte, no define la comunidad de mane­ra unívoca y, ciertamente, no con terminología espacial (las fronteras sociales no se pueden ver en los ma­pas de superficie): la comunidad es un entorno humano donde la virtud tiene un atributo social y donde, por tanto, existe una conciencia moral compartida. Pueden existir, y de hecho hay, comunidades residen­ciales, pero también étnicas, religiosas o laborales. A la hora de adscribir a un ámbito académico nuestro objeto de reflexión en estos momentos que es el tipo de relación comunitaria que conforma un entorno social determinado, no nos sirve la distinción entre sociedad política y sociedad civil: más bien estamos hablan­do de un contexto cívico (político, civil, religioso, laboral, etc.) en el sentido de un marco de civilidad.”

“El desequilibrio entre autonomía y orden moral que denuncia el comunitarismo no debe de entenderse como una reedición de la vieja confrontación entre libertad y orden. No estamos en la esfera política sino en la social estrictamente hablando, hasta el punto que lo que se busca es un equilibrio que asegure ambas partes de la balan­za, la autonomía y el orden, basado éste en la sanción moral colectiva y no en la sanción legal o penal. La nueva regla de oro no es un nuevo dictum sobre el que edificar las relaciones interpersonales: se trata de un modus operandi para la acción intrasocial. La víctima del desequilibrio que denuncia el comunitarismo en el mundo capitalista occidental es la colectividad conformada por los grupos humanos intermedios -por ejemplo, la fami­lia-: mucho menos poderosa que el individuo con el que intenta pactar, casi siempre, en situación de desventaja”.

“Lo que se pretende es de huir de los excesos. La pregunta que salta inmediatamente como un dar­do arrojadizo por cierto progresismo de salón es: ¿acaso se piensa que un exceso de autonomía pue­de darse o ser disfuncional? La respuesta comunitarista es que sí, y que ésta es, además, la gran fala­cia del liberalismo: los “excesos” de libertad (se entiende: no en sentido estructural) incapacitan a la libertad misma. Pasado un máximo socialmente sostenible, cuantas más libertades, menos libertad”.

Esto se comprende cuando nos damos cuenta que el ejercicio de la libertad tiene un ámbito propio de acción que es la sociedad. La libertad antisocial es una disfunción catalogada muchas veces como desviación. Por ello cuando aumenta la oferta de libertades sin aumentar al mismo tiempo la oferta de seguridades colectivas: cuando crece la autonomía y disminuye la salud social, se produce una situación de déficit de orden moral que hay que tratar de paliar. La imagen de un individuo que presumiese ante otro de ser más libre que aquél por disponer el primero de 30 canales de televisión donde elegir mientras que el segundo solo dispone de 20, nos parecería ciertamente ridícula. La libertad no aumenta de forma necesaria con la maximización de la ca­pacidad de elección. Poner a los derechos individuales a competir con los deberes sociales no tiene sentido. Como en el dilema del prisionero a la postre, ambos, sociedad e individuo salen perdiendo. La autonomía está mejor servida cuando procura el amparo y tutela de la salud social y el orden moral sobre la que se asienta.

Por eso pensamos que el liberalismo ha sido conscientemente engañoso. Incluso desde sus mismas pre­misas, la maximización ilimitada de la capacidad de elección individual es difícilmente sostenible de for­ma coherente. La promesa del incremento de la autonomía que ha sido su estandarte durante muchos años ha rendido beneficios individuales concretos y a corto plazo, pero ha dejado también muchas factu­ras impagadas: la medioambiental y el incremento de la desigualdad planetaria son quizá las más lla­mativas. Pero además, y sobre todo, el liberalismo no ha conseguido proponer una idea de bienestar mí­nimamente consensuada. Y es que, el exceso de autonomía puede ser “excesivo” en más de un sentido.
Por otro lado, Pérez Adán, comentando a Etzioni, relaciona el tema con la democracia: “La ca­pacidad de autoperfeccionamiento social debe de hacernos ver que en el terreno de la civili­dad, la democracia no es un estado que hay que consolidar, en el sentido de perpetuar, sino un valor y, por tanto, un proceso que hay que continuar ininterrumpidamente introduciendo variables es­tructurales de modo paulatino. En este sentido somos peregrinos: hacemos camino con nuestras pisadas”.

Hemos visto de manera muy breve referencias básicas del personalismo y del comunitarismo para poder ubicar su aportación a la superación del individualismo y el colectivismo que, como vi­mos, tantas secuelas negativas le han dejado al mundo. Es una apuesta por recuperar al sujeto, al au­téntico sujeto humano que esta inserto en una comunidad. Un sujeto no solo cognoscente sino tam­bién moral y de ahí la recuperación de las virtudes, las instituciones, es decir de la persona y de la comunidad. Esta doble aportación debe iluminar los esfuerzos para proyectar el humanismo del siglo XXI.

CITAS

[1] Brzezinski, Z., Out of Control, Mcmillan Publishing, N.Y.
[2] A. Jardín, Alexis de Toqueville, Paris, 1984.
[3] Cfr. Guerra, Rodrigo, conferencia “Filsofía social católica”, dentro del Congreso Nacional “Estado, Iglesias y Grupos Laicos” realizado del 9 al 13 de octubre de 2000. Del mismo autor es relevante ubicar su último libro “volver a la persona”, Caparrós Editores, Madrid, 2002, en el cual se adentra en el pensamiento personalista de Karol Wojtyla.
[4] J. Sterba, Contemporary social and political philosophy, Wadsworth, California,1995.
[5] A. Etzioni, The essential communitarian reader, Rowman and Littlefield Publishers, Boston, 1998.
[6] Ibid.

BIBLIOGRAFÍA
Burgos, L. El Personalismo
Brzezinski, Z. Out of Control
Diaz, C. Emmanuel Mounier
Diaz, C. Vocabulario de formación social
Etzioni, A. La Nueva Regla de Oro.
Etzioni, A. La tercera via hacia


Sobre el Autor: 1 Rodrigo Iván Cortés Jiménez, licenciado en Filosofía, Maestría en Administración Pública, estudios de Doctorado en Historia y de posgrado en Gobierno y Cultura de las Organizaciones por la Universidad de Navarra. Realizó estudios en las Universidades de Oxford, Inglaterra, Universidad de Notre Dame, EUA, Universidad Complutense de Madrid y Abat Oliva de Barcelona, España.

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