Es interesante el auge del
pensamiento comunitario como sustento filosófico de políticas disímiles y a
veces contradictorias, que pretenden encontrar en la potencialidad asociativa de los ciudadanos y ciudadanas la
solución a los problemas sociales.
Pueden ser funcionales a la democracia los procesos de trabajo comunitarios en
determinadas condiciones de participación
y ejercicio de los valores que iluminan la política, o por el contrario, pueden
ser disfuncionales si se orientan a la manipulación de las masas vía el
populismo o el autoritarismo. Por supuesto el Estado y dentro de éste la sociedad
civil deben jugar un papel muy importante porque se juega no sólo el desarrollo
–que no sólo es crecimiento económico– sino la vida misma de millones de seres
humanos, de sus familias y de su entorno. En este escrito quiero presentar elementos
desde distintas escuelas filosóficas referidas a la Ética, y reseñar elementos
comunitarios, para concluir en un entronque con el pensamiento humanista.
La escuela comunitaria es llamada una de las
éticas alternativas; critica al liberalismo político o a la Teoría de la Justicia
de Rawls como expresión paradigmática de la teoría liberal contemporánea. Las
otras éticas alternativas también hacen su propia crítica, pero desde la
perspectiva de la virtud (MacIntyre), por una parte, o del Cuidado, por la
otra. Más enraizadas en lo político se vienen cultivando otras éticas que bien
radicalizan la libertad (Robert Nozick, defensor del capitalismo), o la
igualdad (Buchanan, Cohen, Michael Walzer, defensor del socialismo), o bien,
que enfatizan los derechos económicos y colectivos. También existen corrientes
de pensamiento que pretenden ir más allá
de la ética, como una especie de recuperación de la metaética, con todas sus connotaciones
ontológicas y epistemológicas y el problema de la motivación moral. La política
estaría justificada desde lo metapolítico lo que la preservaría de las
características perversas de la real politik.
La ilustración promocionó un
énfasis en el individuo y en los derechos humanos de primera y segunda
generación, que ha caído en estas épocas
de consumismo en un deliberado individualismo. Apenas hace pocas décadas hace
su aparición el reconocimiento de derechos de tercera generación o colectivos y
del medio ambiente, dando a entender la importancia de promover desde las
esferas académicas, políticas y en los organismos internacionales, la
construcción del espacio de lo público a partir de los grupos de interés,
organizaciones no gubernamentales, o en fin, lo que ha venido denominándose “Sociedad
Civil”.
De hecho, a los comunitaristas,
los que promueven la organización y el desarrollo de los grupos intermedios en
la sociedad a nivel nacional, internacional y mundial, los llaman “civil
society thinkers”. Lo que buscan es impulsar el “third sector” (la sociedad
civil, tercero después del Estado y del mercado), más que cualquier actividad
estatal, porque desean un Estado mínimo, más que gestor, rector de los asuntos
públicos.
El sistema de la Organización de
las Naciones Unidas y el Banco Mundial,
tienen áreas que promueven específicamente
el fortalecimiento de la Sociedad Civil. Sin embargo, hoy día existe en la
Unión Europea una revaluación del papel que las ONGs han tenido desde los 60s
hasta nuestros días, tanto en los países desarrollados, como en los países del hemisferio
sur.
No es tan claro como antes el que
las ONGs estén ayudando a remediar con mayor inmediatez y conocimiento las necesidades
de los pobres, pues es común la afirmación sobre que estas entidades se han
convertido en intermediarias interesadas en sobrevivir primero ellas en
perjuicio, muchas veces, de sus propios beneficiarios. Pareciera que la difuminación
de ONGs en todo el planeta estuviera entorpeciendo las funciones de los
Estados, tal como, hablando de la proliferación del voluntarismo, Hegel mismo
lo avizorara.
Con todo, la promoción de los
derechos humanos fundamentales y desde una panorámica integral, no hubiera tenido
el impacto que hoy mantiene, sin el impulso de las ONGs y de sus redes, en
contra de tantas violaciones propiciadas desde las dictaduras y aun realizadas
en nombre de la democracia.
Profesores muy connotados como el
israelita Amitai Etzioni, de George Washington University, o el filósofo de Harvard
University Robert Putnam no sólo celebran el comunitarismo desde la atalaya
académica sino que son activos asesores de gobernantes y políticos que a su vez
lo pregonan.
Lo curioso es que tanto
socialdemócratas o liberales como conservadores o aún socialistas, pueden caber
dentro de las ideas que promueve el comunitarismo. Los gobiernos de los Presidentes
Clinton y Bush han sido catalogados como de filosofía comunitarista.
En América Latina y en el mundo
se está proyectando la metodología del comunitarismo, promocionando la participación
de la sociedad civil y de los gobiernos intermedios. Se expresa en las Bases
del plan de Desarrollo “Hacia un Estado Comunitario”del recién reelecto
presidente Uribe de Colombia:
“El Plan Nacional de Desarrollo
señala el camino hacia un Estado Comunitario. Un Estado participativo que involucre
a la ciudadanía en la consecución de los fines sociales.
“Un Estado gerencial que invierta
con eficiencia y austeridad los recursos públicos. Y un Estado descentralizado que
privilegie la autonomía regional con transparencia responsabilidad política y
participación comunitaria.
“El Estado Comunitario no
tolerará la corrupción, ni coexistirá con la violencia cualquiera sea su fin o
su discurso.
Realizará inversión social con
resultados y promoverá la solidaridad en las decisiones públicas y privadas.
Impulsará la creación de un país de propietarios donde todos se sientan dueños
y responsables de un activo y un destino.
“Buscará que la inversión pública
conduzca a la generación de empleo productivo. Y trabajará para la eliminación
de la burocracia y la politiquería”.
Más adelante cuando trata de la
democratización de la propiedad accionaria de las empresas públicas, renueva el
mandato constitucional y legal de discriminación positiva a favor de las
entidades del sector solidario, y a renglón seguido, habla del esquema de
cooperación asociativa en la prestación de los servicios públicos locales, y en
la promoción de la participación
ciudadana en los comités de desarrollo y control, lo mismo que en las instancias
de veeduría ciudadana.
De acuerdo con el concepto del
profesor boliviano, de Florida
International University Eduardo Gamarra, Ph.D., la promoción de instituciones
no gubernamentales, en especial de las asociadas al fortalecimiento de una
sociedad civil organizada, se opone a las opciones autoritarias. Y por ello es plausible
su fortalecimiento.
El bien común en un Estado
comunitario se convertiría en el valor
central de lo político, concretado entre
las instituciones públicas y la sociedad civil; de forma muy participativa, no excluyente; democrática y no
autoritaria; sin manipulación, con transparencia; sin discriminaciones odiosas pero
con discriminaciones positivas a favor de las poblaciones vulnerables; sin
concentración indebida de poder, es decir, con efectivos controles que en la
democracia se denominan “pesos y contrapesos”, para que se reduzcan a su mínima
expresión las tentaciones de uso del poder en forma contraria al bien común.
La humanidad, quizás afectada por
un espíritu de “guerra fría”, entró en un adormecimiento de las discusiones políticas
y sociales, de tal forma que el sálvese quien y como pueda, cada cual por su
lado, si bien consistía en mantener protecciones a los derechos individuales,
por otra parte, ha esquivado sus responsabilidades en cuanto a lo social y lo público.
En cierto modo, las ideologías
extremas que existen en el mundo, son alimentadas con ese sentimiento
individualista y excluyente. No de otra forma se entienden los execrables atentados
terroristas en los que mueren víctimas ajenas a los conflictos. Los fundamentalismos
ideológicos son tan peligrosos como las conductas de políticos y asesores que
llevan a la guerra a pueblos enteros, muchas veces consultando el sólo interés
económico. La supuesta “verdad” es la que los hegemones establecen y lo otro,
lo distinto, constituye amenaza para su propia existencia.
Esta desintegración social
fomentada por el poder y por la razón moral autónoma desarrollada desde la
Ilustración, lleva a MacIntyre a deducir con algo de melancolía pero con esperanza:
“Si mi visión de estado actual de
la moral es correcta, debemos concluir que también hemos alcanzado ese punto crítico.
Lo que importa ahora es la construcción de formas locales de comunidad, dentro
de las cuales la civilidad, la vida moral y la vida intelectual pueden
sostenerse a través de las nuevas edades oscuras que caen ya sobre nosotros”.
Esto es algo que se padece entre
los peregrinos o inmigrantes; cada vez más constatamos un desarraigo de millones
de personas, que pretende ser interpretado desde la comodidad de los
privilegiados, como especie de ciudadanía mundial de moral autónoma. Pienso,
siento y digo lo que me plazca, parecería decir MacIntyre en el siguiente
texto:
“Desde el punto de vista del
individualismo moderno, según el cual, yo soy lo que haya escogido ser, siempre
puedo, si quiero, poner en cuestión los
rasgos de mi existencia.
Biológicamente, puede ser hijo de
mi padre, pero no puedo ser responsable de lo que él hiciera, salvo si,
implícita o explícitamente, escojo asumir tal responsabilidad. Este es el individualismo
expresado por esos estadounidenses modernos que niegan cualquier
responsabilidad en relación con los efectos de la esclavitud sobre los
estadounidenses negros diciendo ‘yo nunca he tenido ningún esclavo’.”
Siguiendo lo anterior, a nadie le
sería obligante en la sociedad liberal el asumir responsabilidades que aparentemente no le
atañen.
Sin embargo, el “yo” no puede
desligarse de su contexto social porque es parte de su identidad. Por el
contrario, en una perspectiva comunitaria se trata de un deber del individuo
para con la familia, la comunidad local, nacional, internacional y mundial, el
asumir una responsabilidad que traducida
en acciones concretas se denomina solidaridad.
El fenómeno solidario a la
inversa del anterior es abierto, pluralista, participativo, entre seres iguales
en dignidad, construyendo un tejido social democrático, como una forma de vida
y de organización política, como diría el profesor Josef Thesing. Diría
MacIntyre que se trata del ejercicio de la virtud.
Pero hoy en día, se constata aún
pragmáticamente, que una comunidad no puede sobrevivir sin personas y grupos
que construyan en el espacio que corresponde a todos, dentro de una racionalidad
del bien común.
E. Tugendhat6, por su parte,
señala lo que en su concepto son debilidades en el esquema de MacIntyre: la persona
pertenece a una sociedad de un modo “natural”; la autonomía del individuo
carece de significado e importancia; y lo bueno ya está dado de antemano en la
cultura.
Siguiendo a Gregorio Kaminski, en
“Spinoza, la política de las pasiones”7, encontramos una justificación del comunitarismo
desde el ámbito de las pasiones, una antropología de la individualidad
spinocista. “Sólo una política compleja de las pasiones complejas, es la que
puede sustentar un nuevo estado que prolongue al natural: un estado social, civil,
de derecho con la potencia y fuerza de los hombres sabia y prudentemente
asociados.”
Existe; por lo demás, un
entronque de Fernando Savater con Spinoza, como lo expresa el filósofo Jorge
Matajira Vera cuando lee en “Ética como amor propio” el impulso pasional como
complemento de la razón: “...donde el sustento vuelve a estar nuevamente en el
individuo como un ser total y no sólo racional, sin olvidar desde luego que la
pretensión de universalidad, que debe contener todo discurso ético; “de hecho, la
moralidad estriba precisamente en la interiorización de la forma de vida
preferida en lo tocante al tipo y jerarquización de las normas sociales
aceptadas” (Savater, Ética como amor propio p. 111), y más adelante nos dice
que la virtud no es sin la norma, pero
que tampoco se puede reducir solamente al cumplimento de la norma.” No se
trata, entonces, de un simple legalismo o positivismo jurídico, sino de razones
de humanización a través de la virtud. Desde una ética personalista, llegar a
una cosmopolita, al decir de Kant, o a la realización de las personas en lo
social, como lo expresan la antropología
y la sociología de inspiración católica.
En fin, en la idea de tener una
panorámica de las escuelas filosóficas sobre el tema, complementa el espectro desde
la visión socialista, Michael Walzer, quien fundamentó su posición igualitarista en lo liberal como
crítica a Rawls en “Anarquía, Estado y Utopía”, y en la defensa del Estado mínimo.
Para Walzer, las decisiones son condicionadas por el significado e interpretación que las
comunidades otorgan a los bienes, que no son naturales sino eminentemente
culturales.
La justicia como instrumento de
igualdad es complicada de aplicar, pues la realidad es compleja y habría diversas
formas de considerar la igualdad tratándose de derechos, oportunidades,
resultados, etc. Y no es el mismo rasero de justicia el que deba aplicarse a
sociedades especiales como las cárceles, los monasterios o los regimientos
militares, que a la sociedad en general. “Dar a cada quien lo suyo” desde el
reconocimiento fundamental de la dignidad de todas las personas, es lograr
niveles de vida acordes con los progresos de la civilización, sin las amargas exclusiones
de que nos hablan diariamente los medios de comunicación, como en una vitrina de
lo que pasa fuera de nuestra vida, cuando en realidad compromete, en justicia y
en su corolario la equidad, nuestra vida entera.
La identidad cultural en medio de
la globalización cada día se afirma o se diluye, según la defensa que cada sociedad haga de ella. Afirma Walzer que “La
justicia requiere la defensa de la diferencia, y es éste el requisito que hace
de la justicia algo denso o una idea moral maximalista, reflejando la densidad
de las culturas particulares y de la sociedad”. La igualdad de oportunidades
sería, en concepto de Walzer, la expresión de un principio de moral
minimalista.
El derecho,
como la justicia son ideas que se aplican en cuanto
existen relaciones sociales. Por eso Walzer propone en su libro esferas de
justicia, donde existen criterios específicos para una realización justa. Pero,
aclara Walzer, la vida y la libertad se asignarían a cada ser humano,
independientemente de cualquier consideración comunitaria, y de ahí en adelante
habría asignaciones dependientes de criterios y consideraciones internas a cada
grupo.
La intencionalidad política
detrás de cada discurso, se inscribe en las escuelas reseñadas; desde un
corporativismo de derecha, de las élites hacia abajo, donde se impone la visión
antiterrorista, hasta la plena participación demócrata de la sociedad civil en
unión con las organizaciones gubernamentales, donde se instaura como guía el
bien común.
La idea de éticas mínimas,
conformes a requisitos también mínimos para la convivencia y el desarrollo comunitario
pluralista es coherente con la constante construcción de tejido social, lazos de
solidaridad entre grupos y sociedades de culturas, todas respetables y
diferentes, como es respetable la dignidad de toda persona humana, única e irrepetible.
Los Estados que llevan en su
organización política la denominación democrática, deben animar en todas sus esferas
la democracia participativa, en el buen sentido del Estado comunitario no
autoritario ni populista. En el ámbito internacional, en un mundo cada vez más
interdependiente, deben aplicarse los Estados a cumplir sus deberes de cooperación
dentro del principio subsidiariedad que, como la equidad, también es corolario
de la justicia. La fuerza de la globalización radicada en los progresos de
comunicación e información, de los flujos financieros, debe tener contenidos que
concreten la solidaridad, para un verdadero desarrollo humano sostenible.
Por su parte una ética de
máximos, como la que pretende realizar el cristianismo, con el nivel del
heroísmo que demanda, debe mantener el nivel de compasión propio del buen samaritano,
que supone no la simple buena obra ocasional sino una solidaridad radical, la
que convierte sin pretenderlo, porque es la fuerza del amor la que la
anima.
De este modo es como el Evangelio
y la doctrina social de la Iglesia, siguen contribuyendo de modo fundamental al
“ascenso del hombre”. Esta inspiración humanista es papel no sólo de las
iglesias y del amor por la verdad que encarna la filosofía, sino, en general,
de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Así se conjugarían las éticas
personalistas con las universalistas en un espíritu de Estado Social y
Democrático de Derecho, que materialice igualdad de oportunidades para todos y
todas, personal y comunitariamente, para que puedan realizar su proyecto de
vida, logrando la felicidad personal y construyendo a su vez la felicidad
colectiva, que es la paz, fruto a su vez de la justicia.
Autor: Guillermo Iean Escobar
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