Para abordar el tema de Comunitarismo, es necesario establecer en
forma previa algunos conceptos, como por ejemplo el de comunidad.
En
ese sentido Comunidad, es aquel grupo de personas que llevan una vida en común
asentadas sobre relaciones recíprocas. Las comunidades contrastan con las
asociaciones organizadas para determinados propósitos de acuerdo con reglas
obligatorias. Existe de hecho, hay una controversia sobre si la vida social es
fundamentalmente comunitaria o, como Hobbes pensaba, el producto de una
asociación para mantener el orden. Dicho de manera más general, los
comunitaristas ven a los individuos como entidades insertas en comunidades,
más que como átomos independientes que componen tales comunidades.
Pero,
¿qué entendemos por comunidad? ¿Y qué diferencia hay entre la comunidad y otro
concepto como el de sociedad? La cuestión nos introduce en una de las querellas
clásicas de la sociología y la filosofía social, y concretamente en la
distinción formulada por el alemán Ferdinand Tönnies desde 1887.
Lo
que se ventila es muy importante: nada menos que la forma en que los hombres
están juntos, la filosofía de la convivencia. Así, Comunidad significaría una
voluntad común basada en esencias, en rasgos permanentes: la cultura, la
lengua, un destino histórico compartido, etc.; eso supone que la comunidad no
es voluntaria, porque uno nace en ella, pero el sujeto la abraza porque, fuera
de ella, su existencia no tendría sentido. El término Sociedad, por el
contrario, sería la voluntad individual basada en rasgos meramente racionales:
el interés, el provecho; en esta perspectiva, la vida en común es un mero
accidente en el camino de la humanidad, una imposición obligada para hacer
frente a determinados peligros (un tirano, una naturaleza hostil), pero que no
determina vínculos esenciales; por tanto, el lazo puede romperse desde el
momento en que el individuo decide que no le interesa, y en esto reside la
libertad del sujeto.
Ambas
formas de vida en común se han sucedido una a otra en la historia: al mundo
antiguo le corresponde la existencia comunitaria, mientras que el mundo
moderno se caracteriza por la existencia societaria. En el mundo antiguo, el
protagonista de la vida social no era el sujeto, sino el conjunto de los
hombres; pero no sólo de los hombres vivos, sino también los antepasados, los
héroes, la memoria común y las narraciones que forjaban la identidad colectiva.
Así que la comunidad antigua es una totalidad, y por eso el antropólogo francés
Louis Dumont ha llamado holismo (del griego holon, “todo”) a esta forma de
concebir la convivencia. La sociedad moderna, por el contrario, no se define
en términos de totalidad, sino en términos de individualidad.
Para los
modernos, todos los vínculos que atan al individuo (el clan, la religión común,
las relaciones de jerarquía, la pertenencia étnica) son obstáculos que impiden
el libre despliegue de la autonomía del sujeto. De ahí se deduce una sociedad
cuyo único eje es la voluntad individual, y ése ha sido el modelo del
liberalismo. Pues bien: los comunitarios acusan a la sociedad moderna,
individualista y liberal, de haber conducido a una situación de profundo
malestar y, en último análisis, a un sistema inhumano de convivencia.
Mientras
que, el Comunitarismo es la Tesis según la cual la “comunidad y no el
individuo, el estado, la nación o cualquiera otra entidad, es y debería ser el
centro de nuestros análisis y de nuestro sistema de valores.
Aunque
es una influyente corriente en filosofía política, no ha sido sistematizada
–como lo ha sido el liberalismo, por Rawls, por ejemplo, como el “utilitarismo
o el marxismo han elaborado una gran teoría-, no obstante, algunos de sus
temas clave son inconfundibles.
En
primer lugar, los comunitaristas subrayan la naturaleza social de la vida, de
la identidad, de las relaciones y de las instituciones. Hacen hincapié en la
condición social y contextualizada de la persona individual, en contraste con
ciertos temas centrales del pensamiento liberal contemporáneo que
se centran en el individuo abstracto y descontextualizado de todo entramado
social.
Los
comunitaristas tienden a enfatizar el valor de la comunidad como generadora de
valores, en contraste con el liberalismo, que subraya los derechos del
individuo y concibe a éste como el verdadero creador y portador del valor. El
papel central de la persona individual, real e histórica en la teoría
comunitarista, guarda una gran distancia con la propuesta por la teoría marxista
y con aquellas variedades del socialismo de estado en las que el poder está
altamente centralizado.
Los
comunitaristas pueden ser entendidos como defensores de la idea de que la vida
humana sería mejor si lo valores comunitaristas, colectivos y públicos guiaran
y construyeran nuestras vidas.
Asimismo
la concepción comunitaria al individuo contextualizado ( en un entramado
social) es un modelo más correcto y exacto, una mejor concepción de la
realidad, que, digamos, la del individualismo liberal o atomismo, o la del
marxismo estructuralista.
Los
comunitaristas arguyen que, dado el estado del mundo, ciertos valores y
ordenamientos sociales, políticos y normativos, son inviables. Por ejemplo,
una sociedad que admite estar constituida a base de individuos atomizados,
autónomos y discretos, y que hace de esta autonomía su más sagrado valor,
simplemente no podrá funcionar. Similarmente, una imposición de valores de
arriba abajo (como es el estalinismo), o el intento de subordinar completamente
el individuo al estado (como en el moderno fascismo), han de provocar el
desmoronamiento de una tal sociedad (aparte de ser algo moralmente inaceptable
e indefendible).
Otra importante distinción
dentro del comunitarismo es la que entre el “constructivismo social y el comunitarismo
de valores.
El
constructivismo social se refiere a dos cosas. En primer lugar, al compromiso
con valores colectivos: por ejemplo, reciprocidad, confianza, solidaridad.
Estos valores no pueden ser disfrutados por el individuo como tal, el placer de
cada persona depende del placer de los otros. En segundo lugar, el compromiso
con los bienes públicos: comodidades y prácticas introducidas para ayudar a los
miembros de la comunidad a desarrollar sus vidas en común y, por tanto, personas.
Los teóricos sugieren que este interés por tales valores colectivos engendrará
una práctica política que cristalizará en un amplio abanico de bienes públicos.
Que el constructivismo social y el comunitarismo de valores impliquen el uno al
otro es un asunto sujeto de discusión.
El comunitarismo ha sido
criticado frecuentemente por las implicaciones sociales y políticas “conservadores”
que arrastra consigo: porque teóricos como Mackintayre defienden la integridad
y el valor de las tradiciones y prácticas establecidas.
Las
sociedades liberales se ven acusadas de producir necesariamente la pérdida del
sentido de la vida, el narcisismo del sujeto y el hiperdesarrollo enfermizo de
la razón instrumental (la técnica, el consumo, etc.) en detrimento de la vida
real. ¿Por qué? Porque las sociedades liberales encierran al individuo en una
forma de vida donde sólo tiene cabida la búsqueda de su bienestar material (su
interés), cuando, en realidad, lo único que puede dar sentido a la vida del
sujeto son los valores compartidos y vividos, y eso es precisamente lo que
niega el liberalismo.
El
hombre, para vivir su humanidad, necesita estar inscrito en un contexto social.
Pero el liberalismo “descontextualiza” al individuo, porque sitúa su identidad
en una libertad desarraigada de toda pertenencia colectiva (esto es, de todo
vínculo social), con la mirada puesta en una hipotética autonomía de la voluntad
subjetiva. ¿Qué se consigue? ¿Acaso un ser libre e independiente de todo lazo,
feliz en su existencia individual? No. El hombre no puede vivir fuera de un
contexto social determinado. Pero al negarse a reconocer esta evidencia, lo
único que consigue el liberalismo es incluir al individuo en un nuevo contexto
desencarnado, artificial y sin raíces: el mercado, donde cada cual ha de lograr
su prosperidad. Nuevo problema: ¿Y qué ocurre con quienes no la logran, qué
ocurre con quienes no alcanzan el grado óptimo de eficacia en el mercado?
¿Quedan fuera de la sociedad? En cierto modo, así está ocurriendo.
La
crítica de la sociedad moderna es común en muy diferentes sectores de opinión.
Sin embargo, más difícil resulta proponer un modelo social alternativo que
pueda gozar de un cierto consenso. La propia ideología liberal ha definido sus
virtudes (ex negativo), como mal menor, al obligarnos a elegir entre dos
extremos: o el individuo o el Estado; es decir: o un sujeto libre y abstracto,
con todos sus inconvenientes, o un monstruo burocrático que digiere la
subjetividad en nombre del bienestar. Pero los comunitarios no se dejan
encerrar en esa disyuntiva y proponen una instancia media: la sociedad civil.
En efecto, más allá de su aparente oposición, el Estado-dinosaurio de nuestros
días no sería, en el fondo, sino una consecuencia del individualismo liberal:
la sociedad moderna arroja al sujeto en una bañera llena de pirañas, pero luego
tiene que recoger los pedazos y tratar de que el individuo sobreviva a tan dura
experiencia. Dicho de otra manera: en una sociedad menos individualista y menos
economicista, no sería tan necesario el gigantesco aparato estatal.
De modo que ni individuo, ni Estado:
sociedad civil, o sea, comunidad. Esa es la posición de los comunitaristas,
que pretenden la desaparición de las burocracias estatales y de los mercados
globales en beneficio de un resurgimiento de las comunidades reales, directas,
las que construyen cotidianamente los ciudadanos. Lo relacional (la relación
entre unos sujetos y otros) prima sobre lo racional (la razón utilitaria e
individual de un sujeto). El bien común prima sobre los intereses particulares;
lo que es bueno para la totalidad debe pesar más que lo que es bueno para una
individualidad.
1.
Tomado
de “Ser Comunitarista no es pecado, www.elmanifiesto.com”
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